Deja ya la maquinita

Deja ya la maquinita

En algún momento alguien estableció la premisa de que la infancia tenía que ser esa partida guardada a la que volvemos cuando sentimos que perdemos una vida siendo adultos.

Para recordar que nuestra existencia fue preciosa, en algún momento recurrimos a la nostalgia, y todo lo que nos recuerda a cuando éramos niños es un imán par atraerla. Pero la nostalgia es traidora. Sólo recordamos pequeños flashes de nuestro pasado y tendemos a idealizar cualquier momento tan sólo porque podemos acordarnos de ellos.

Puede que cuando fuéramos niños la realidad fuera muy distinta a como la concebimos hoy, pero con los años tendemos a hacernos un daño muy suave a base de esos «teacuerdas» tan recurrentes en los albores del Internet patrio. Aun a día de hoy, hay perfiles en redes que siguen sacando petróleo de aquel pozo de autocompasión colectiva.

En ese rumiar hay pistas que te sugieren que te estás engañando a ti mismo, pero algún mecanismo de defensa que hemos desarrollado hace malabares con tus argumentos para que termines desechando pruebas empíricas de que has vivido durante años engañado.

«¡Diablos, estos Phoskitos son pequeñísimos! Será que me ha crecido la mano y claro…». Seguro que sí, campeón.

Cuando tienes hijos caes en la cuenta de todo el tiempo que pasabas aburrido, de los dramas con los amigos, de lo crueles que eran en tu entorno social, de lo absurdos o lo jodidos que eran algunos de los contenidos que consumíamos de pequeños, del coñazo que era estudiar (a sabiendas de que jamás volverías a utilizar esos conocimientos) tan sólo por contentar a tus padres… Toda esa información se pierde y nos quedamos con la sensación de que obligatoriamente el pasado tuvo que ser mejor.

Admitamos ya que La Bola de Cristal era pura propaganda, que Los Payasos de la Tele gastaban una mala hostia de cuidado o de que posiblemente ver cómo le sacaban el corazón de un puñetazo a uno de los protagonistas de Caballeros del Zodíaco no fuera lo más apropiado para que lo viéramos con nuestra edad.

Es preocupante el revival enfermizo de los 80 que nos hemos estado tragando en estos últimos años. Esos nuevos 80 no son más que el poso que nos han dejado las películas norteamericanas de la época a base de un marketing abrasivo.

Te estás tragando todos los referentes de la cultura pop norteamericana como propios. Si te das cuenta, hay mucha gente que conoce el nombre de un buen puñado de presidentes de los Estados Unidos, pero que no tienen ni puta idea de qué se cocía en España antes de la Guerra Civil.

En nuestro país los 80 eran heroína, rumbita, delincuencia y la promesa de una clase media. Las películas más fieles a lo que nosotros vivimos durante aquella década eran de Cine Quinqui o aquellos bodrios que produjeron para Hombres G. Y que no te engañen, «la movida» no significó nada si viviste en un pueblo de la sierra de Cádiz.

Aunque no te lo creas, ningún yonki le puso a Spielberg una navaja en el cuello para robarle la radio de su Seat Málaga.

Uno de los recuerdos más recurrentes en esas conversaciones tan habituales entre cuarentones, son las horas y horas que pasamos en los recreativos o yendo de bar en bar buscando una «maquinita» donde dejarnos la asignación semanal.

Si hacemos memoria, hay muchas miserias que vivimos en ese entorno y que hemos borrado de nuestros recuerdos: los atracos a pie de máquina, los bullying de los mayores, los hijos de puta que te apagaban la máquina a media partida, las pésimas condiciones higiénicas en aquellos tugurios…

Ahora ya podemos intuir que los arcades eran la antesala para caer en una futura ludopatía o en un alcoholismo. A alguien le vino muy bien normalizar que gastáramos nuestro dinero en tiempo, que hubiera niños en lugares llenos de borrachos o que fuéramos un blanco fácil para los delincuentes de poca monta (que además nos tenían a todos reunidos en lugares oscuros y apartados sin la supervisión de un adulto).

No soy capaz de concebir la cantidad de dinero que me gasté en las maquinitas. Seguro que con esa pasta podría haberme proporcionado una buena consola de videojuegos y las últimas novedades. Quizás de esa manera no hubiera tentado tanto a la suerte porque, pensándolo en frío, me zafé de muchísimas cosas. Aunque también es verdad que ninguna consola comercializada en España era capaz de reproducir aquellos juegos con la misma calidad.

Nos hubiéramos gastado el mismo dinero en otras aficiones. Por mi parte, mi paga se dividía en cómics, videojuegos y golosinas. La de otros pre-adolecentes creo recordar que se iban en comprar música de radiofórmula, ropa de marca y alcohol barato en discotecas. Casi que prefiero haberme dejado las retinas en las recreativas.

No olvidemos que todo aquel tinglado era también un acto social. Y que para alguien que no practicaba deportes ni frecuentaba centros de ligoteo, esta era la única manera de sacarnos de casa. Que entre los videojuegos hubiera tragaperras o máquinas expendedoras con latas de cerveza, refrescos, golosinas y tabaco eran el menor de los problemas para nosotros.

Lo que sí es cierto, es que aquel momento fue decisivo. Tuvimos que apostar por una vida ligada a la interacción social y a un galanteo torpe, o a dedicar todos nuestros esfuerzos a pasarnos el jefe del final del juego con una sola moneda. Lo tuve clarísimo en ese momento, pero también es cierto que supuso perder muchas amistades a raíz de aquella decisión.

Yo tuve muchísima suerte al encontrar un grupo de personas que supo desligarse de la norma establecida. Personas a las que puedo llamar amigos aún a día de hoy. Es verdad que aquello hizo flaco favor a nuestras habilidades para socializar, pero potenció muchísimas otras. Con ellos sentía que era capaz de hacer cualquier cosa, excepto terminar el puto Test de Coooper sin correr el riesgo de sufrir un infarto.

Puede que aquel momento también fuera la puerta de entrada al mundo en el que vivimos ahora. Ahora los videojuegos no son concebidos como juguetes para niños, sino como una vía más de entretenimiento masivo. Tanto es así que la industria del videojuego es más rentable que la del cine a día de hoy, y la sociedad ha tomado buena nota.

Ya nadie los llama «marcianitos» o «comecocos» despectivamente. Ya no eres un friki si te gustan los videojuegos. Es muy complicado que hoy un padre o una madre le diga a su hijo «¡Deja la maquinita!», cuando ellos mismos llevan una en el bolsillo. Al fin y al cabo, ¿Qué son las redes sociales sino un entretenimiento gamificado? Una solución a medio camino entre las noches de discoteca y los maratones de consolas. Y sí, en aquellos salones normalizamos ver jugar a otros y puede que eso fuera el germen de los eSports.

Pero no te engañes, aunque tuvieras en casa la Master System, jugaras a la serpiente durante horas en tu móvil, te despidieran por jugar en horas de trabajo al Candy Crush o se te fueran los dedos mirando cómo tu sobrino jugaba al FIFA mientras tú regabas tu penosísimo huerto en los inicios de Facebook, no eres un gamer.

Sé realista. 8 botones son ya demasiados para ti y (como podrás intuir a estas alturas) ni los juegos, ni las películas, ni las series de antes tienen por qué ser mejores que los actuales.

Ya tienes canas en los huevos para admitir que, si todo ha avanzado, es normal que lo que viviste cuando eras sólo un crío también haya dado un paso adelante. Ya no eres especial por admitir que te echas de vez en cuando alguna partida al Mario Kart ni por ponerte de tono de notificaciones el sonido de los anillos del Sonic.

Bienvenido a la era en la que (muy a tu pesar) eres una persona normal, y en la que la única «maquinita» que deberías dejar es la del tiempo.

Piensa en que ya no tienes nada que defender. Baja la guardia, ponte cómodo y disfruta. Este es el futuro que compraste con todas aquellas monedas de cinco duros.


Publicado

en

por

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia de usuario. Si sigues navegando estás dando tu consentimiento. Revisa la política de cookies y de privacidad. ACEPTAR
Aviso de cookies