Despendientes: No te serviré

Despendientes – No te serviré

Hay veces que una obra te asalta y te hace caer de espaldas al suelo, y eso es justo lo que me pasó hace unos años con Palos de ciego. Ya conocía la obra de Irra pero ante ese despliegue no pude hacer otra cosa que recoger mis huevos del suelo y recomponerme como buenamente pude. Pero esta vez no iba a pasarme lo mismo.

Todo estaba planeado. En cuanto el crowdfunding en Spaceman Proyect se empezó a gestar ya tenía mi cartera preparada para contribuir al proyecto. Fue maravilloso ver cómo se cumplían rápidamente los objetivos y cómo se iba desarrollando su elaboración en los siguientes pasos. Cuando salió de imprenta y fueron llegando a los primeros mecenas los primeros ejemplares me fui mentalizando. Y en el instante en el que el señor cartero me entregó el envío supe que había llegado el momento. El momento de no hacer nada.

Como quien guarda para el final el corazón de la sandía, pretendía encontrar el escenario perfecto para degustar todas sus páginas. No abrí el paquete. Lo dejé sobre un mueble para no sentirme tentado e hice todo lo posible por aislarme de las críticas, las reseñas y las reacciones (aunque me llegaban algunas y todas sobresalientes). Sólo dejé pasar el tiempo.

Pasaron los meses. Meses atípicos en los que el mundo se encerró en sus casas, donde vivimos aterrorizados y esperanzados. Empalidecimos de miedo y refugio, y luego (en medio de una guerra declarada contra un virus) nos olvidamos. Llegó julio y vivíamos momentos de reencuentro, de ocio, de una fingida libertad. Los niños salieron a jugar como el que se fuma un cigarrito en el ojo del huracán. Un pitido imperceptible comenzaba a llegarme desde lo alto de un armario.

Llega agosto. Los contagios se multiplican, los ánimos caen, el trabajo falta y la sensación de derrota es generalizada. Empezamos a pensar que puede que estas sean las últimas vacaciones en las que disfrutemos los abrazos de nuestra familia. En medio de un viaje hago escala en mi casa de Sevilla. Al llegar el aire acondicionado escupe a duras penas una brisa tibia. Es día 14 y en Sanlúcar de Barrameda los niños (hermandades mediante) hubieran hecho dibujos con sal para que la Virgen de la Caridad (o más bien sus costaleros) la pisara. Un espectáculo que atrajo a George Lucas para más tarde ser atraído a las tortillitas de camarones de Casa Balbino, pero que este año no se iba a celebrar. En más de 65 años jamás se había cancelado este evento y yo no estaba allí. Si esto no era una señal, no sé qué podría serlo.

Estaba en Sevilla, en medio de una pandemia, a más de 36 grados a las 12 de la noche y camino de mi habitación porque tenía la seguridad de que el momento de leer No te serviré había llegado.

Debía manejar la situación con cuidado porque leer en situaciones adversas puede ser un salvavidas o un viaje sólo de ida a un puto pozo. La última vez que me ocurrió fue con Jimmy Corrigan de Chris Ware, que leí con 38,5º de fiebre en unas navidades en las que (casualmente) se había jodido la calefacción. Tras aquella lectura atropellada, entre tiritones de frío y fiebre, terminé aborreciendo aquella obra maestra y me faltó el tiempo para venderla en Wallapop ante la sorpresa del comprador.

Mi hijo estaba en Sanlúcar con sus abuelos y mi mujer estaba dormida en la habitación, así que tomé el paquete entre mis manos y me fui a la cocina. Con el primer cuchillo que encontré quité el precinto y cerré la puerta. Aparté las migas que quedaban en la mesa y fui abriendo el embalaje. Me sorprendió que no recordara que, al ser mecenas, junto al álbum había un artbook con bocetos, apuntes y referencias que había tomado el autor. No lo quise ni hojear. Lo aparté con cuidado en una silla cercana y me enfrenté a No te serviré sobre los cartones y la cinta de embalar. Supe en ese momento que no habría treguas, me iba a tomar aquel tomo de un solo trago.

Llegado a este punto no quiero desvelaros ni un ápice del contenido de este cómic. Ya sabéis que en Despendientes no hago reseñas, sólo os transmito el registro de lo que voy leyendo y viendo y escribo unas líneas al respecto. Podréis ver algo en este pequeño adelanto en forma de vídeo del crowdfunding en Spaceman Proyect perpetrado por Un gato andaluz y si queréis más información podéis ver una entrevista a Irra en Comics Tomos y Grapas. Hoy más que hablaros de lo que leí os hablaré de lo que me hizo sentir.

Sentí que jamás me había encontrado con esos personajes en un cómic, serie o película, pero me dio la sensación de que sí me había cruzado a esas personas en mi vida. El halo que rodea a sus personajes los puedes encontrar en los bares de tu barrio, en las colas para comprar un cupón o en los recodos de una placita.

Sentí de nuevo aquella sensación de apretar los dientes viendo películas de terror de Jess Franco, volándole la cabeza a un jefe final del Golden Axe o al hojear un Sukia desgastado por el sol y el sobeteo adolescente. Una subida de adrenalina llena de furia y vida. Aquella sensación de desasosiego cuando, después de ver El Exorcista, te dabas cuenta de que la ficción más horrible y la realidad están separados por una línea tan fina que te sientes capaz de quebrarla si te adentras en la oscuridad de un callejón aunque sólo sea unos pasos.

Sentí al complicidad de reconocer ciertos escenarios y de ser capaz de compartir la misma visión que el autor. Irra no deja puntada sin hilo y la historia gana enteros si te paras a recrearte leyendo los grafittis o las marcas y la publicidad que te golpean como pequeños gags y flashes a lo largo de la historia. Leer muy bien las referencias a la cultura popular en las imágenes y diálogos que salen en las pantallas, las películas en una estantería o fijarse en la decoración, los azulejos y la iluminación de algunas de las escenas hace que te metas en la historia hasta la coronilla.

De hecho, durante su lectura pude toparme con algunas viñetas que me recordaron mucho a uno de mis videoclips favoritos: Rabbit in your headlights de Unkle. Más tarde, leyendo el artbook, encontré algunas referencias musicales que se acercaban a lo que sonaba en mi cabeza durante la lectura de No te serviré, dejando claro que la historia me había hecho andar por la senda que había trazado el autor.

Sentí el asco de reconocer la actualidad en la ambientación de la historia. Irra sabe que cualquier mentira sólo es creíble si tiene un porcentaje alto de verdad, y si quieres que una historia sea posible tienes que envolver la magia en muchas capas de realidad. Por ese motivo la corrupción, la miseria humana, lo feo, la crudeza… todo te sitúa en el aquí y el ahora y, por mucha fantasía que se te presente, sentirás que puedes encontrarte esas mismas escenas a la vuelta de comprar el pan.

Sentí seguir el hilo. Más tarde perderme. Luego retomar las riendas y finalmente darme cuenta de que todo estaba planeado. Esa revelación al darte cuenta de todas las capas que se solapan en la historia y que se resuelven en los últimos compases. Esa sensación de tomar perspectiva y ser consciente de la precisión con la que se han perpetrado todas las acciones. Cómo, con la maestría de un relojero, se han colocado las piezas para que todo funcione perfectamente. Lo maravilloso es pensar cómo algo tan estructurado y limpio puede haberte dado la impresión de burdo y precipitado en los primeros compases de la historia. Es como cuando lees una novela o ves una película de asesinatos, al final se revela toda la trama y piensas ¡Qué cabrones! No me había olido nada y ahora me doy cuenta de todo.

Sentí el vértigo de verte arrastrado por la historia. No querer codearte con esa gente, no querer entrar en ese lugar o no querer mirar lo que estaba pasando, pero no ser capaz de apartarte. La acción te va vapuleando de página en página y al cerrar el álbum me di cuenta de que llevaba un buen rato conteniendo la respiración. No es la mejor sensación del mundo pero ¿cuántos cómics han logrado eso? En mi casos muy pocos.

Sentí el orgullo de reconocer que Irra había dado un golpe en la mesa y que la historia era la que había forzado la situación para que este cómic usara la autoedición para librarse de la censura, las correcciones y los deditos de editores y subalternos para hacerlo más entable o atractivo.

Esta historia no está hecha para paladares sensibles que consumen a cartera abierta y que buscan que los lomos de sus tomos coincidan con el color de su colección o con la altura de una balda. Quien compra esta obra es para grabársela en las retinas, no para enseñársela a las visitas para quedar bien o que salga de fondo durante sus videollamadas.

Terminé la lectura. No sabía qué hora era exactamente, En la últimas páginas el brillo de la inapropiadísima luz de la cocina sobre el papel me molestaba. La silla se me había clavado en el culo y me había dejado unos pequeños círculos marcados en las piernas. Me dolían los brazos, la mandíbula y las piernas de aguantar la tensión y estaba sudando como un puto cerdo. Apagué como pude las luces y me fui a dormir sin pensarlo demasiado.

Al día siguiente me levanté al primero y fui a preparar el desayuno. Sobre la mesa aún estaba el tomo de No te serviré sobre los cartones y el artbook sobre la silla. Me sonreí como cuando has visto una película de puta madre y sales a la calle gritando dentro de tu cabeza ¡Sí, joder!. Había leído una obra de puta madre y me alegré mucho haber encontrado el momento propicio. En cierta manera la realidad se parecía a la obra en que se desarrollan en días extraños y terribles, en una especie de anomalía en tu día a día. Y eso hizo que su lectura fuera aún más intensa.

Espero no tener que esperar a un Apocalipsis inminente, unas condiciones infrahumanas o una experiencia dramática para volver a disfrutar de una nueva obra de Irra. Pero si ha de ser así, sea.


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