Primeros pasos - 2: Descubiertos

Primeros pasos – 2: Descubiertos

Un día más amanecía en la granja-escuela, y el verano se eternizaba a base de horarios de actividades que empezaban a ser bochornosas, porque la falta de originalidad daba paso a una humillación patente de todos los participantes en ellas. Mateo, quizás el único amigo de mi edad que logré hacer, odiaba aquellas pantomimas en las que el objetivo principal era que un chico y una chica se besaran en la mejilla. Eso le hacía gracia a los monitores. Sólo a los monitores.

Por este motivo Mateo y yo solíamos organizar nuestras excursiones privadas y nuestras actividades alternativas a las horas en las que descansaban los monitores, Ernesto se retiraba a su casa y la enfermera se iba al pueblo. Eso sí, que también eran en las horas más intempestivas. Así, una tarde devastadora, Mateo reunió a un grupo de cuatro chicos más y organizó una excursión al pantano que había cerca del campamento para nadar. Yo me apunté sin dudarlo. Aunque nadar no era lo que más me gustase de este mundo, no podía decirle que no a Mateo porque era mi mejor amigo.

De manera que Mateo, los cuatro chicos más y yo nos dispusimos a ir al pantano, pero cuando nos dimos cuenta Mateo y yo estábamos solos. No era de extrañar que eso pasara, ya que nuestros planes parecían muy atractivos, pero cuando empiezas a sentir el bochorno de la primera hora de la tarde o el relente nocturno, te lo piensas un par de veces antes de seguir adelante. El motivo en esta ocasión era que hacía demasiado calor, y los chicos acababan de comer. Mateo y yo teníamos las ideas claras, porque calculamos que cuando llegáramos al pantano la digestión ya estaría hecha y nos quitaríamos el calor dándonos un baño.

Mateo solía ser un tipo introvertido y muy serio, pero cuando organizábamos nuestras escapadas la adrenalina le provocaba un estado de euforia que lo hacía abrirse y hablar por los codos. Pasamos todo el camino haciendo bromas sobre los juegos estúpidos y cantando las canciones que nos enseñaban cambiando las letras y volviéndolas lo más obscenas posibles. Reímos mucho, pero no muy alto, porque después de comer todo el mundo dormía, y temíamos que los monitores nos escucharan y nos pararan los pies.

Tardamos una media hora en llegar al pantano. Antes de llegar empezamos a notar la humedad y el ambiente, polvoriento y fatigoso, comenzó a volverse más agradable. Mateo me miró con ojos ansiosos y echó a correr en dirección a un pequeño recoveco que conocíamos donde podías estar a la sombra.

Yo intenté alcanzarlo, pero parecía imposible. Mateo estaba demasiado animado por la travesura y yo demasiado acalorado por el clima. Así que llegó un momento en el que lo perdí de vista. No me preocupaba, porque conocía de sobra donde me iba a esperar. Tomé fuerzas y me dispuse a correr el último tramo. Pero, cuando estaba a punto de llegar, una mano surgió de entre unos matorrales que rodeaban la zona hacia la que me dirigía.

Me asusté, pero al mirar hacia aquella vegetación reseca, vi a Mateo mirándome con picardía. Me dispuse a Soltar una tremenda carcajada pero Mateo se abalanzó sobre mí, me tomó por el hombro y me arrodillo a su lado mientras me tapaba la boca con la mano. Me quedé intrigado porque Mateo solía evitar el contacto físico. Mateo me miró con los ojos abiertos como platos y esbozó una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, y yo aún no sabía por qué.

Poco a poco Mateo acercó la mano a la parte del matorral que colindaba con la zona de sombra, apartó unas ramas y con un ágil movimiento apareció un sostén como por arte de magia.

Me quedé boquiabierto. No me lo esperaba y eso se tuvo que ver reflejado en mi cara, porque Mateo tuvo que taparse la boca con la otra mano para aguantar la risa nerviosa provocada en parte por la emoción y por otra parte debido a la cara de imbécil que se me quedó.

De nuevo intenté hablar con Mateo, pero un sonido me silenció de repente. Era el que producían de varias personas bañándose en el pantano. Tan sólo el sonido del chapoteo. No se escuchaban risas, ni palabras, ni siquiera gritos, tan solo el sonido del agua desplazándose.

Mateo me miró con el sostén a la altura de sus ojos y asintió con la cabeza mientras su cara reflejaba que se aproximaba el gran final de su número de ilusionismo. Con la otra mano apartó un poco más las ramas, y yo no tuve más remedio que mirar a través de aquel hueco para satisfacer mi curiosidad. Pero mi sorpresa fue mayor de lo que sospechaba, porque en aquella zona no había absolutamente nadie. Tan solo el enorme árbol que daba aquella santa sombra.

Miré a Mateo con un gesto de exigencia, y él de nuevo asintió con la cabeza mirando hacia el pantano. De nuevo miré incrédulo hacia la orilla, esperando encontrar la misma soledad que antes, pero no fue así.

De repente el agua se sacudió violentamente, como una explosión, formando una columna de agua que se levantaba sobre la calma de la superficie. Poco a poco el agua comenzó a caer y se fue desvelando la silueta de una mujer. Nos daba la espalda, pero se podía adivinar que era esbelta, alta y con una larga melena oscura que quedó adherida a su espalda.

Mateo me cogió el hombro y lo miré sonriente porque estábamos viviendo aquella fantasía que repetíamos incansablemente una noche tras otra en la habitación. Entonces, en una décima de segundo, vi en la mirada de Mateo que esta historia iba a ser un motivo más para unirnos como amigos.

Mateo se situó a mi lado y abrió un nuevo hueco entre las ramas para que él pudiera ver también lo que estaba pasando. La chica seguía dándonos la espalda, pero eso no importaba, porque nos hubiéramos pasado toda la tarde mirando cómo la cadera de esa chica se movía dulcemente.

De repente la chica se sobresaltó, como si hubiera pisado algo punzante y se retiró unos pasos mientras miraba al agua que le llegaba por debajo de las rodillas apartando aquella oscura melena de sus hombros, y para nuestro asombro el agua que había frente a la chica empezó a moverse y poco a poco empezó a emerger de ella una figura masculina, desnuda también. Como si se tratara de una crisálida desembarazándose del agua que, como pañuelos de seda, que se deslizaba sobre su cara, más tarde el torso, la cintura y por último.

La mirada que Mateo y yo cruzamos lentamente en ese momento decía tantas cosas que le hubieran faltado días al verano para poder expresarlas con palabras. No hizo falta más. Lentamente apartamos nuestros ojos el uno del otro y volvimos a observar aquella escena.

El chico llevaba el pelo corto y era atlético, pero una cicatriz le recorría uno de sus pectorales. Por la reacción de la chica, ella también la descubría por primera vez. Luego acercó una de sus manos y con la yema de los dedos recorrió la herida siguiendo la trayectoria con su cabeza. El chico cerró los ojos y levantó la cabeza en un gesto de placer, y la chica reparó en ello, fijando su mirada en su cara. En cuanto él abrió los ojos se miraron, se abrazaron violentamente con fuerza y se besaron en los labios con una pasión que parecía contenida durante mucho tiempo.

Poco a poco empezaron a girar en su abrazo mientras el beso se hacía cada vez más intenso, hasta que llegó un momento en el que el chico nos daba su espalda. Seguíamos sin ver la a cara de la chica porque parte de su melena ocultaba su cara.

De repente las manos de la chica hicieron fuerza sobre el pecho del chico y salió impulsada hacia atrás, retrocediendo un par de pasos hacia pantano adentro.

Mateo y yo pusimos una atención extraordinaria en ese momento, al fin la chica de nuestras fantasías iba a tener rostro. Pero no pudimos evitar fijarnos antes en su cuerpo, que brillaba por efecto del sol que se reflejaba en su piel mojada.

La chica en un gesto arrebatadoramente seductor apartó el pelo de su cara con manos dejándolo tras sus hombros y continuando la trayectoria de su melena acariciando sus brazos hasta sus codos, quedando en una postura en la que cruzaba sus brazos por debajo de unos pechos impresionantes.

El chico permanecía tan inmóvil e impresionado como nosotros. Ella flexionó ligeramente una de sus piernas y puso una rodilla delante de la otra, se llevó las manos a los hombros dibujando una equis tras la que quedaban aprisionados sus pechos, y bajó la mirada mientras se mordía el labio inferior. Esto provocó que el chico se precipitara violentamente contra la chica tirándola de espaldas al agua en un abrazo. El impacto levantó una gran cantidad de agua mientras se hundían en un estruendo de burbujas que se disipaban como sus imágenes en el agua.

Quise buscar la mirada cómplice de Mateo, pero lo que encontré fue una expresión de terror en su rostro. No pude entender el motivo. Toqué su hombro con mi mano y sentí cómo se estremecía al girarse rápidamente para mirarme con la cara pálida y sus ojos azules espeluznantemente abiertos.

Me quedé estupefacto y con un gesto quise preguntarle qué sucedía. Con unos temblorosos y agrietados labios tan solo pudo balbucear en voz baja «P… Pilar». No entendía nada de lo que allí estaba pasando y tan solo pude ser testigo de cómo Mateo salía de aquellos matorrales para ir a una zona más alejada a sentarse cerca de una gran roca.

Quería acercarme para hablar con Mateo para intentar comprender qué estaba pasando, pero pude ver cómo se llevaba las manos a la cara con una mueca de llanto, y no quise interrumpirlo. Sabía que necesitaba estar solo.

Permanecí en los matorrales, en cuclillas, con una camiseta verde de la granja-escuela sudadísima por el calor y mi bañador aún seco. De nuevo escuché el sonido del agua saltando, pero no pude mirar, porque mis ojos estaban sobre Mateo, que en un arrebato de terror al escuchar aquel sonido, apartó las manos de sus ojos totalmente inundados de lágrimas y para llevársela a sus oídos.

Yo estaba tan desconcertado que no pude hacer nada más que seguir allí intentando desvelar el misterio del pánico de Mateo. Así que decidí mirar de nuevo por si reconocía a la chica, aunque la verdad es que en la granja no conocía a nadie que se llamara Pilar.

Aquella pareja seguía abrazada con el agua por debajo del pecho y en un beso que empezaba a ser demasiado violento. De hecho era extraño porque su respiración era cada vez más agitada. No tardé mucho en darme cuenta de lo que estaba pasando. El chico dio algunos pasos hacia la orilla y pude descubrir que la chica estaba rodeando la cadera del chico con sus piernas entrelazadas mientras que se movía sutilmente, como si se quisiera desprender de una prenda.

No sabía qué hacer porque por una parte deseaba hablar con Mateo para poder ayudarlo, pero la otra estaba aquella escena que atraía mi mirada e impedía moverme. Apenas podía apartar mis ojos del serpenteante cuerpo de la chica, que seguía moviéndose sin cesar. Cuando quise darme cuenta estaba excitado, y un gran bulto era patente en mi bañador aunque no sabía exactamente por qué. Desde el incidente con Soledad no me sentía así.

Repentinamente la vorágine de pensamientos que bombardeaban mi cerebro fue sustituida por un agonizante silencio tan solo roto por el sonido del agua y la respiración agitada de la pareja, que poco a poco se empezaba a elevar por encima del cantar de las cigarras.

Inmediatamente caí en la cuenta de lo que estaba viendo y del porqué de mi excitación. Aquello que estaba contemplando tras aquellos matorrales era sexo.

Mis sentidos se agudizaron al máximo y mi atención se centró totalmente en aquella pareja, olvidando a Mateo por completo. Mi interés en aquello venía desde hacía años, ya que era cierto que sabía qué era el sexo, pero jamás lo había visto con mis propios ojos, y la verdad es que era muy distinto a lo que yo imaginaba.

La chica empezó a hacer movimientos rítmicos con sus caderas a lo que el chico respondía con movimientos similares en dirección contraria con una sincronización perfecta… era como moverse delante de un espejo.

Poco a poco el ritmo de las caderas se transmitió a la respiración en un gesto indeterminado en el que el chico apretaba los dientes en una amplia sonrisa, con el ceño fruncido y los ojos abiertos de par en par. No pude ver la expresión de la chica porque me daba la espalda, pero podía ver que su cabeza estaba dejada caer hacia detrás transmitiendo el movimiento de las caderas tan solo un segundo después.

A medida que pasaba el tiempo el ritmo se hacía cada vez más frenético y los movimientos más bruscos, mientras la expresión del chico se convertía en una mueca casi diabólica. La chica llegó un momento en el que dejó correr sus brazos por el cuello del chico entrelazando sus manos en su nuca y separando su torso del torso de su pareja en una especie de danza sin sentido. Mientras, su cabeza se inclinaba más hacia detrás reproduciendo el movimiento de sus caderas con más y más violencia. Su pelo quedaba suspendido en el aire oscilando como un péndulo y dejando libre la cara de la chica, lo que hizo que pudiera ver su expresión, que reproducía casi exactamente la de Soledad.

En ese momento también comprendí lo que había pasado aquella tarde en el garaje de Ernesto y me sentí aún más excitado de lo que estaba porque las imágenes de la pareja y de Soledad se intercalaban en mi mente. Aunque también me veía como un auténtico imbécil por haber sentido ese miedo incontrolable aquella tarde.

Algo me hizo volver a la pareja abofeteándome mentalmente. La chica comenzaba a gemir, y los movimientos cambiaron de ritmo y se hacían menos constantes, pero mucho más bruscos de lo que habían sido hasta entonces.

El agua saltaba furiosamente alrededor de ellos con cada uno de las sacudidas, y los gemidos pronto fueron acompañados por sonido del choque de las caderas de los amantes impactando la una contra la otra.

El gemido de la chica cada vez se hacía más claro, y los movimientos de su cuerpo aumentaban en violencia. Incluso estando de espaldas podía ver en ocasiones sus pechos balanceándose. Mi excitación cada vez era más patente y apenas si podía mantener mis manos apartadas del bañador. De repente, la escena que estaba viendo cambió totalmente.

En mi empeño por fijarme en la pareja había descuidado completamente a Mateo y resulta que ahora se encontraba de pie frente a la pareja, para acto seguido desplomarse como un saco de cemento bajo la sombra de las ramas de aquella enorme encina.

Con un movimiento instintivo hice ademán de saltar de entre aquellos arbustos e ir corriendo hacia él, pero me quedé clavado en el suelo en el momento en el que la chica deshizo el lazo que con sus piernas que rodeaba el cuerpo del chico y, dirigiéndose con expresión ambigua hacia Mateo, se arrodilló a su lado y pronunció su nombre.

Sorprendido, me oculté tras el matorral cerrando el hueco por donde estaba mirando, pero antes pude ver como el chico (visiblemente excitado) hacía un gesto intentando buscar a alguien más.

Mi mayor preocupación en ese momento era bajar aquel bulto que sobresalía en mi bañador, porque mi intención era salir de mi escondite y prestar ayuda, y no quería que aquellas personas pensaran que era un pervertido. Me preocupaba también saber qué le sucedía a Mateo y de qué conocía a aquella chica tan guapa.

Lógicamente aquel bulto no bajaba, aunque no me dio tiempo a hacer demasiado. Cuando quise darme cuenta la pareja estaba montando a Mateo en un coche verde oscuro para después salir en dirección a la granja-escuela a gran velocidad.

En aquel momento decidí salir al pantano. Podía ver aún las huellas de Mateo bajo la encina, que se arrastraban desde la roca donde lo dejé hasta la zona de sombra. Entre un matorral cercano al árbol pude encontrar el sostén que Mateo me enseñó. Supongo que Mateo lo llevó allí, y al desmayarse la pareja no reparó en él.

Volvía lentamente a la granja-escuela después de tomar un breve baño para bajar la temperatura y de paso mi «inflamación». Mientras caminaba fui recapitulando todo lo que allí había sucedido, uniéndolo con lo que vi en el garaje de Ernesto y reparando en que sin querer me había tropezado con el sexo en dos ocasiones.

Me interrumpieron los gritos de los cuatro chicos que iban a venir con nosotros de excursión. Al parecer habían venido a buscarme en cuanto supieron de lo sucedido.

Me preguntaron si venía del pantano, y no quise decirles la verdad, así que les conté que había pasado la tarde en casa de Ernesto y que venía paseando desde el pantano por si les veía. Ellos se lo creyeron y me comentaron que Mateo había llegado a la granja con una insolación tremenda. Tragué saliva, actué tan bien como pude y les pregunté por más detalles mientras aligerábamos los pasos hacia el campamento.

Por el camino me contaron que una pareja lo había llevado hasta allí porque se lo habían encontrado en el pantano desmayado bajo la encina. Los más perspicaces cayeron en la cuenta de que la pareja llevaba ropas húmedas y que ella no llevaba sujetador (perspicaces y salidos).

Inmediatamente comprendí que era la misma pareja que habíamos estado espiando, y recordé cómo el chico con el torso al descubierto llevaba a Mateo en brazos hacia el coche, y a la chica cruzando sus brazos en un gesto de preocupación, dejando entrever tras su vestido rojo y húmedo aquellos pechos que tan violentamente había visto moverse antes.

Llegué jadeante a la enfermería porque en el último momento el miedo de que le hubiera pasado algo a mi amigo me hizo pegar una buena carrera, pero cuando llegué la enfermería estaba desierta.

Salí pitando fuera de aquel edificio, pero en mi camino choqué con la enfermera. No solíamos ver mucho a Rosario por la granja-escuela (a menos que fuera necesario), pero ella si nos conocía a nosotros porque se pasaba el día entero mirándonos por la ventana de la enfermería. Así que me reconoció enseguida aunque mi mirada desencajada por el esfuerzo y el miedo no fuera la que ella solía ver.

Rosario me preguntó si yo era León, el amigo de Mateo, mientras comenzaba a examinar las quemaduras que me había hecho el sol en la frente. Yo asentí con la cabeza intentando recuperar el aliento y estremeciéndome cada vez que uno de los increíblemente gélidos dedos de la enfermera tocada mis heridas. Me preguntó también si yo no sabía nada de lo que había pasado mientras se fijaba en las heridas provocadas por las ramas secas de los matorrales del pantano. No pude responder, y ella, intentando arreglarme mi enmarañado flequillo, me dijo que no me preocupara por mi amigo.

Me contó que lo habían traído a la granja-escuela a tiempo y que ahora, tras realizarle las curas pertinentes en la enfermería, la misma pareja se lo había llevado al ambulatorio del pueblo para que se fuera recuperando de las quemaduras poco a poco.

La enfermera me puso en los brazos una pomada que aliviaba el escozor que empezaba a sentir. Y mientras me acompañaba a la puerta me dijo «León, no te preocupes por tu amigo, estará bien en el ambulatorio con su prima». Entendí entonces la reacción de Mateo. Había quedado totalmente destrozado al ver a su prima Pilar desnuda y follando ante sus ojos, cuando hacía una semana escasa me confesaba que estaba totalmente enamorado de ella.

Confieso que, además de pena, sentí cierto alivio cuando supe que ese verano Mateo no regresaría a la granja-escuela. Volvió a su casa sin darme la oportunidad de disculparme por mi cobardía.

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