Pruébame

Pruébame

Había pasado un año y parecía que no veía a mis amigos desde hace siglos. Esta maldita pandemia nos permitió comunicarnos, pero no sentirnos. Habían pasado tantas cosas y teníamos tantas ganas de vernos que, aunque sólo fuéramos a compartir pizzas y cerveza, acordamos vestir como si fuéramos a recibir un Óscar.

Yo me puse una blusa de raso negra que dejaba mi espalda al aire y unos pantalones anchos con mucho vuelo. Cuando me abrieron la puerta nos fundimos en uno de esos abrazos de los que no quieres separarte para dar los dos besos de rigor.

Al soltarnos me encontré a Julio y a Aura impecablemente vestidos. Ella con un precioso mono de lino blanco que se movía como si tuviera vida propia, y él con una elegantísima camisa con un estampado geométrico en colores oscuros.

Fue maravilloso poder oír sus risas sin que mediara la frialdad de un teléfono mientras nos poníamos al día. Los tres, ya satisfechos de pizza y casi roncos de tanto hablar nos miramos paladeando aquel momento. Era tan simple y nos había costado tanto trabajo llegar a vivirlo…

– ¿Tina, qué tal estás? – me dijo tiernamente preocupado Julio.

Sabía de mis problemas de claustrofobia. Pasó algunas noches animándome y conversando durante las fases más crueles del confinamiento.

– Ahora mismo estoy en la gloria, amigo – dije concluyendo un gran suspiro de alivio mientras los tomaba de la mano – Si no fuera por vuestro apoyo…

Aura apretó fuerte mi mano y sonrió amablemente.

– ¡Bueno…! -dije en voz alta para intentar librarnos de una inevitable llantera que empezaba a apretarme en la garganta- ¿Y vosotros qué habéis hecho para no volveros locos entre estas cuatro paredes?.

– Comer y follar -sentenció rotundamente Julio esbozando una sonrisa pícara buscando la mirada cómplice de Aura.

– ¡Hala, qué bestia! -dije riendo.

– No miente, -dijo tímidamente Aura- follar ha sido una manera de liberar energía, de conectar y de divertirnos.

– Además, todo el dinero que nos hemos ahorrado en salir de casa lo hemos gastado en un sex shop online. -comentó Julio mientras se levantaba para abrir uno de los armarios del salón- Éste es nuestro cofre del tesoro.

Puso sonoramente sobre la mesa un cajón de madera repleto de productos eróticos. Botes de mil colores y formas, dildos, condones, balas… Yo quedé boquiabierta ante tal despliegue.

– ¿…Y esto qué es? -pregunté enseñándoles un pequeño bote metalizado en mi mano.

– Es un gel vibrador. -respondió Aura- Te lo aplicas en el clítoris y es como si…

– ¿Y vibra? -interrumpí sorprendida.

– Amiga… -dijo sonriendo Aura mientras afirmaba con la cabeza- Te lo recomiendo mu-cho.

– Si quieres probarlo…-bromeó Julio.

– ¿Pues sabes qué? -dije poniéndome de pie fingiendo orgullo y decisión- Que ahora vengo.

Y dirigí mis pasos al servicio con aquel bote en la mano mientras escuchaba las risas de mis amigos. La cerveza y la payasa que vive en mi hacían una vez más de las suyas.

Me senté en el váter y destapé aquel gel. Apreté el dispensador una vez y apenas salieron unas gotas, así que apreté un par de veces más. No olía a nada y el tacto era suave. Aparté mis braguitas y lo apliqué sobre mi clítoris con delicadeza. Esperé unos segundos y me lavé las manos. Esperé un poco más pero…nada.

Así que me dirigí de nuevo al salón. Al llegar Julio y Aura me miraron sentados en el sofá esperando una reacción.

– Nada de nada. Tenéis que usarlo más porque creo que debe estar caducado.

Me senté entre ellos poniendo el cajón de madera sobre mi regazo para seguir curioseando mientras ellos reían. Julio cogió un pequeño plumero y se puso a juguetear con el ventilador. Aura tomó dos succionadores de clítoris y se acercó a mi confidente.

– Este parece muy grande y muy potente, pero este pequeño tiene una boquilla que…

Entonces lo empecé a notar. Era una sensación cálida como la de los geles de calor normales, pero al poco tiempo desaparecía para luego volver de nuevo.

Aura seguía contándome las maravillas de aquel succionador tan mono, pero apenas le prestaba atención porque la intensidad cada vez era mayor y la frecuencia cada vez más rápida. Hasta el punto de sentir algo parecido a… ¡Una vibración!

Era verano y la sensación de calor podría haber sido desagradable, pero por el contrario era muy placentera. No sé si era el gel o era yo, pero empecé a sentir mis bragas húmedas y el pulso más acelerado.

– ¿Te has puesto más de una, verdad? -aquellas palabras burlonas de Julio me sacaron del trance.

– ¡Ay, pobrecilla! -dijo Aura entre risas mientras me miraba a los ojos- Espera que te traigo algo fresquito.

Se levantó y se perdió por el pasillo mientras Julio me apartaba el cajón del regazo. Yo me recliné en el sofá a su lado mientras las oleadas de calor iban y venían con mi respiración. Cada vez más frecuentes, más profundas, más placenteras. Jamás había sentido algo así.

Julio se acercó a mí y apoyó con delicadeza su cabeza en la mía en un gesto cariñoso. Notaba su respiración en mi cuello y el tacto sedoso de su camisa en mi brazo.

– Creo que nunca te había visto así -me dijo con dulzura mientras me abanicaba gentilmente con el plumero para que me bajaran un poco los colores.

Después lo escuché tragar saliva e iniciar una carcajada tímida y nerviosa que se convirtió en un suspiro entrecortado.

Pude sentir a través de mi blusa la tenue brisa que surgía de aquel plumero, y mis pezones comenzaron ponerse firmes. No pude contenerme y un jadeo tembloroso se abrió paso entre mis labios. Giré mi cabeza y miré excitada a los ojos de Julio para encontrare en ellos el confort de un abrazo, pero también la intensidad de quien te quiere empotrar contra la almohada. Pude sentir cómo su pulso se aceleraba tanto como el mío.

– Co… como verás, hemos probado muchas cosas nuevas este último año. -Susurró sonriente y nervioso Julio mientras yo acercaba mi nariz a la suya buscando el hilo de su aliento.

– Ya veo… Me encantaría hacer lo mismo.- logré decir mientras separaba mi frente de la suya para que mis labios se encontraran con los suyos.

– Pues entonces pruébame -sonó una voz desde la puerta.

Julio y yo dirigimos a la vez nuestras miradas hacia Aura, que nos tendía sus manos tan segura como ruborizada. Se erguía como una diosa frente a nosotros con un precioso conjunto de lencería hecho de un delicado encaje negro y unas cintas de raso que abrazaban sus caderas y su pecho.

Aquella noche nuestros cuerpos intentaron compensar lo que aquel año de dolor y miedo nos hizo sufrir, dándonos todo el placer y el cariño que pudimos.


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