La miré bien. No había duda, era ella. Era Flor. Evidentemente no era como yo la recordaba físicamente, pero su forma de hablarme, su manera de sonreír y aquellos ojos azules no dejaban lugar a duda. No sé si por miedo o emoción, pero no pude evitar darle un abrazo enorme. Bueno, enorme para mí.
-¿Pero qué haces aquí? Habíamos quedado en la plaza. -Le pregunté sin soltarla.
-Bueno, es que tuve un pequeño accidente. Andrés iba un poco piripi y, como ves, me manchó el vestido. Así que me vine a casa de mi tía Clara antes de que me vieras, porque me daba vergüenza. Por eso no te había mandado aún el mensaje.
Me aparté un poco y, efectivamente, había una mancha roja en su vestido verde con lunares blancos.
-¿Vergüenza? ¡Pero si estás despampanante! Yo vengo a verte con unos pantalones mal planchados, los zapatos empapados en horchata y una panda de maníacos intentando colgarme de un pino. Creo que te gano. -dije entre risas nerviosas.
-La culpa también es mía. Yo ya sabía que estabas por aquí cuando me pasó lo del vestido. No debería haber venido a limpiarme. Tendría que haberte esperado y así tu primo tampoco te hubiera encontrado. -Siguió disculpándose.
-¿Marcos ya sabía que estaba en el pueblo? ¿Pero cómo? -No me había cruzado con nadie hasta que llegué a la plaza. Era imposible.
-Lo llamaron desde la venta diciéndole que había un forastero que venía a la verbena, y en cuanto le dijeron que era un chico delgado… -Me equivocaba. Era más que posible.
-¡EL PUTO JUANILLO! -exclamé.
-¿Cómo que Juanillo? El de la venta se llama Paco. Juanillo era su padre y lleva muerto cinco años.- Justa venganza, entonces.
Flor se rió a carcajadas. Parecía ya algo más relajada, pero a mí aún me temblaban las piernas del miedo.
En ese momento escuchamos unos pasos apresurados frente a la puerta. Flor me hizo un gesto para que la siguiera en silencio. Abrió una puerta en el pasillo y subimos por unas escaleras a la planta de arriba.
Recordaba bien aquella estructura. Era típico en aquella zona que en la planta superior se repitiera la misma disposición que en la inferior, y se usaba de almacén o de secadero. En esta ocasión, la tía Clara había ido poniendo arriba los muebles que le sobraban abajo.
Retiramos el plástico que cubría un viejo sofá de color rojo, me remangué la camisa, dejé la mochila en el suelo y nos sentamos. Al dejarnos caer aquel sofá crujió como si fuera a desmontarse. Ahora sabíamos por qué estaba allí arriba.
-Aquí no corremos peligro. No creo que te busquen por los doblaos, y además es más difícil que nos oigan.
-¿Y no molestaremos a tu tía? -pregunté apurado.
-¡Nah. hombre! Mi tía ya no está para fiestas. En cuanto recogieron a la patrona se vino a cenar y lleva un rato roncando en su cama.
-Menos mal. Me quedo mucho más tranquilo.
Aquí llegó el peor de mis enemigos. El silencio incómodo. Estaba allí sentado delante de ella y no sabía qué decir. Ocho horas de viaje y una persecución para quedarme bloqueado ¡¿Seré imbécil?!
-Y bueno… -Una vez más Flor vino en mi rescate- ¿Me imaginabas…así? -Peliaguda pregunta.
-La verdad es que no. Jamás pensé que fueras capaz de pasearte por ahí con una mancha roja en el vestido -Bromita para esquivar la bala.
-¡No seas payaso! -Dijo riéndose- ¿No te ha sorprendido verme así? -Mal asunto, seguía en la trayectoria de la bala.
-La verdad es que lo que me hubiera sorprendido es que aún llevaras mono, mascarilla y gafas de protección. Yo te veo genial. -Segundo intento.
-Muchas gracias -Respiró aliviada- Creía que te echarías atrás al ver mis fotografías.
-¿Por qué? No tenías otras fotografías mejores. Lo puedo entender.
-No es por eso, es porque los chicos piensan que soy… grande -¡Ouch!- y al lado de las vacas parezco más pequeña. -Confesó tímidamente, esbozando una sonrisa triste.
De pronto aquella enorme chica que me había aplastado contra la pared con un solo brazo, parecía tan frágil y pequeña como yo. Supe entonces que su cuerpo había sido también una excusa para que los cromañones del pueblo se rieran de ella.
Apreté los puños de pura rabia. Ella no se merecía eso. En mi caso había sido yo mismo quien había avivado ese fuego y respondía a las burlas sobre lo flacucho que estaba con estudiadísimos chistes y (por supuesto) tragándome mi orgullo. Pero ella siempre había sido una chica amable, vital, abierta y accesible…
-Si te soy sincero, no te imaginaba así. Aunque te parezca mentira, no tengo ni idea de cuánto mide una vaca, -sonrió- así que no podía adivinar tu estatura viendo las fotografías. De hecho, en la plaza te confundí con otra chica.
-¿Con quién? -preguntó intrigada.
-Una morena con el pelo largo…
-¿Con un vestido blanco? -interrumpió.
-¡Exactamente!
Se echó a reír sonoramente hasta que se le saltaron las lágrimas. El sofá crujía con cada carcajada.
-¿Por qué te ríes? ¿Qué pasa? -pregunté extrañado.
-¡Ay, León! Que si no te encuentra tu primo Marcos eres capaz de ligarte a Paulita. -dijo mientras se limpiaba las lágrimas con las manos.
-¿Paulita? ¿Mi…?
-¡Eso es! ¡Tu prima segunda! -dijo Flor a duras penas intentando aguantar la risa.
De pronto nos entró una risa floja incontrolable. Éramos ya dos los que llorábamos cuando me dejé caer sobre el brazo del sofá y un tremendo crujido sonó a mi espalda.
Las patas se deslizaron y el asiento se inclinó abruptamente haciendo un ruido tremendo. Yo caí de espaldas (por segunda vez en la noche) y Flor se precipitó sobre mi pecho.
Los dos nos quedamos cara a cara con los ojos abiertos de par en par y tapándonos la boca como si de alguna manera pudiéramos silenciar aquel estruendo y, de paso, intentar contener la risa.
-¿QUIÉN ES? -Preguntó la tía Clara desde su cama.
-¡SOY YO, TÍA! -Respondió Flor tranquilizándola.
-¡AH, HIJA! ECHA EL CERROJO CUANDO TE VAYAS. -La pobre supuso que aquel golpe había sido la puerta de la calle.
-VALE TITA, HASTA MAÑANA -Gritó con cara de no haber roto un plato.
-HASTA MAÑANA, HERMOSA.
Sonó el interruptor de su mesilla y el silencio y la oscuridad se volvieron a hacer en aquella casa. Flor y yo nos miramos el uno al otro no dando crédito a lo que allí había pasado.
-¡Perdona, que te estoy aplastando! -susurró sobresaltada Flor intentando retirarse rápidamente.
-No te preocupes, estoy encantado -le dije en voz baja sonriendo.
Pese a la poca luz que entraba por aquellos ventanucos, pude ver cómo Flor se ruborizaba. No mentía. No solo estaba a gusto por compartir aquel momento con una persona con la que sentía una conexión especial, sino que además Flor era una chica muy atractiva. Tenía el pelo corto y ondulado, y eso resaltaba unos rasgos perfectos. Jamás había visto una sonrisa tan sincera y bonita como la suya, y aquellos ojos…
-Pues mejor… -dijo tímidamente apartando su mirada- porque me encanta tu colonia.
¿Mi colonia? ¿Qué colonia? Había estado sudando como un pollo en el autobús hasta que me pude refrescar en la venta, y lo único que yo podía oler era la horchata que habían absorbido los bajos de mi pantalón. A menos que…
Ante el desconcierto de Flor, metí cuidadosamente mi mano en el bolsillo de la camisa negra. Y al sacarla noté que adherida a mis dedos se había quedado pegada arena.
-¿Qué es eso? -preguntó extrañada Flor.
-Arena.
-¿Arena? -su gesto expresaba aún más intriga.
-…De la playa. -revelé sonriente.
-¿¿DE LA PLAYA?? -dijo en voz alta mientras sus pupilas se dilataban.
-¡Shhhhhhhh! -No queríamos que la tía Clara se volviera a despertar. No había cerrojo que hiciera aquel sonido.
-¿De la playa? -volvió a repetir a un volumen más bajo, pero con la misma intensidad mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su cara. Yo asentí con la cabeza.
Supuse que aquella colonia que percibía Flor no era más que el olor de la mochila de mis padres, que se había transferido a lo largo del viaje a mí camisa. Evidentemente, había sacudido la mochila antes de meter las cosas, pero con las prisas no limpié bien los recovecos. En cualquier otra ocasión hubiera sido un engorro que mi ropa limpia se llenara de arena, pero esta vez…
Con mucho cuidado se apartó y se sentó en el suelo frente a mí. Yo me incorporé, tomé su enorme mano y dejé caer aquellos minúsculos granos de arena sobre su palma. Ella contempló aquellos movimientos embelesada, como si se tratara de algún rito sagrado.
Con la yema de su dedo índice acarició con delicadeza la superficie, notando cómo los granos rodaban con el movimiento. Después cerró el puño y se lo acercó a la nariz. Con los ojos cerrados aspiró el aire cálido que transportaba el perfume de la arena. Sus cejas se arquearon y su sonrisa se hizo un poco más amplia como si sintiera una tremenda nostalgia.
-¿Así huele el mar? -Me preguntó abriendo sus preciosos ojos. De nuevo pude sentir cómo tras ellos bullían las ganas por saciar su curiosidad. Yo volví a asentir con la cabeza.
Entonces Flor reparó en que mi brazo también había algo de arena pegada debido al sudor de la huida. Se acercó lentamente hasta que nuestras rodillas se tocaron. Levantó con facilidad mi brazo con su mano extendida y, de la misma manera que hizo antes, deslizó delicadamente su dedo índice sobre la superficie de mi abrazo dibujando una línea entre la parte interior de mi muñeca y la de mi codo. Yo seguí la trayectoria con mi mirada, pero al alzar la vista reparé en que Flor tenía sus ojos clavados en los míos.
Entonces llevó su dedo índice hacia su boca y delicadamente lo posó sobre su labio inferior para luego moverlo muy lentamente, haciendo de nuevo rodar los granos de arena. Cerrando de nuevo los ojos acarició con la punta de su lengua su labio para luego morderlo.
-¿Así sabe el mar? -Me preguntó de nuevo sonriendo.
Mi cerebro no era capaz de procesar todo lo que estaba ocurriendo. Pasé de temer por mi vida a temer que se me notara la tremenda erección que comenzaba a abultar mis vaqueros.
-¿QUÉ LE DIGO? -Pensé aceleradamente- Técnicamente no sabe a mar, sino que sabe a arena, influyen otros factores en su sabor y si digo que sí, le estaría mintiendo. Pero si le digo que no tendré que explicárselo y romperé la magia de este momento y… ¡JODER QUÉ CACHONDO ESTOY! Quiero besarla, pero soy una mierdecilla a su lado. Sería ridículo. Soy casi nada comparado con cualquiera de los mozos de este pueblo que querían cortarme los huevos hace solo un rato. Y además ¡ES FLOR, TÍO! Es aquella niña entrañable que me organizaba la vida cuando apenas me llegaba al ombligo ¡Pero algo tengo que hacer! Al menos contesta. Di cualquier cosa. ¡CONTESTA ALG*
El ruido ensordecedor de mis pensamientos cesó de inmediato cuando sentí una fuerza descomunal arropando mi nuca para, acto seguido, notar los tiernos y salados labios de Flor besándome en la boca con intensidad.
Aquel no era un beso sin más. Ya había besado alguna chica y, más allá del placer de hacerlo, no resultaba más que una mera diversión. En este beso podía sentir una entrega. No fue nada artificial, sino todo lo contrario. Fue todo tan natural y familiar… Sentí que así era justo como tenía que ser un beso.
Al separarnos pude ver que estaba visiblemente ruborizada y que su respiración era agitada y profunda. Me miraba fijamente con su cabeza ligeramente inclinada hacia abajo como si se sintiera avergonzada.
-S-Sí… -dije torpemente.
-¿Que sí, qué?
-Que… que sabe a mar -afirmé sonriendo también avergonzado.
Su risa llenó en un segundo toda aquella habitación vacía. Nuestra vergüenza desapareció sin más. Se puso en pie alisándose su vestido verde y me tendió una mano.
-¿Vienes? -preguntó cómplice.
-Claro…-dije dándole mi mano.
Con una pasmosa facilidad tiró de mí hasta casi levantarme de un salto del suelo, se descalzó y se dirigió hacia la siguiente estancia. Yo la seguí unos pasos por detrás.
Al entrar pude ver que en la siguiente habitación había un pequeño balcón abierto que daba justo a la puerta de entrada en la que me senté justo antes de mi encuentro con Flor.
La fría luz de la luna se mezclaba con la calidez de la luz de una farola cercana. La habitación estaba casi desnuda. Tan solo la habitaba una estantería, un viejo colchón de muelles en el suelo, una silla que ejercía de mesita de noche sobre la que reposaba una columna de libros y entre las patas había un viejo flexo metálico.
-Bienvenido a mi refugio -Dijo ceremoniosamente Flor abriendo los brazos.
-¿Esta es tu habitación? -Pregunté examinando la estancia con las manos cruzadas a mi espalda como quien observa el escenario de un crimen.
-No, mi habitación está en casa de mis padres. No quiero tener estas cosas allí. A mi madre no le gustan. -Noté cierta tristeza en su tono de voz. -La ponen nerviosa.
Me acerqué a la estantería para intentar averiguar el por qué de aquel rechazo por parte de su familia. No tardé en darme cuenta de que todos aquellos libros versaban sobre lugares lejanos. Guías de viajes, tomos fotográficos, atlas, diccionarios de distintas lenguas, ensayos sobre culturas en otros continentes… Lo entendí de inmediato. Aquella habitación era el vehículo que usaba flor para escapar de su vida claustrofóbica y rutinaria.
Al tomar un libro sobre Brasil entre las manos me fijé que había muchísimos marcadores de páginas, y que las portadas estaban desgastadas por el uso. Posiblemente Flor se supiera todos aquellos libros de memoria. Aquella estantería me confirmó que aquel pueblo se le quedó chico hacía años y que seguía fascinada con la idea de recorrer el mundo.
-Cuando quiero desconectar vengo a visitar a mi tía. Cuando era joven fue azafata de vuelo y me cuenta cosas de todos los sitios en los que estuvo. Después subo a mirar sus libros viejos y a tumbarme… aquí.
Flor se dejó caer de espaldas en el colchón y la falda de su vestido se abrió con el viento dejándome ver sus impresionantes piernas.
-Justo desde aquí hablaba contigo -dijo sonriente poniendo ambas manos tras su cabeza.
-¿Desde aquí? -dije correspondiendo a su sonrisa.
-Desde ahí no, desde A-QUÍ. -puntualizó acentuando cada sílaba con un golpecito sobre el colchón.
Tardé unos segundos en entender que aquello era una clara invitación a que me tumbara a su lado. No estaba acostumbrado a que me dijeran las cosas tan claras.
Puse el libro en la estantería y me acerqué al colchón. Pensé que no había sitio para tumbarme, pero luego tomé conciencia de que yo no ocupo tanto espacio.
Me empecé a poner nervioso y me costó desatarme los cordones de los zapatos. Al final opté por descalzarme sin desabrocharlos. Me tumbé al lado de Flor cuidadosamente. No quería tocarla y que pensara que era un fresco. Pero al apoyar mi cabeza Flor encendió el flexo, y al mirar al techo dejé de pensar de golpe en mis inseguridades.
Sobre aquel destartalado colchón Flor había pegado en el techo cientos de fotografías en las que aparecía el mar. Las había de todos los tamaños y de muchísimas procedencias diferentes. Postales, recortes de periódicos, folletos, mapas… Todo conformaba un enorme mosaico de colores azules y turquesas que contrastaba con la madera seca y descuidada del resto de la habitación.
Aquella mezcla de puestas de sol, familias en crucero, anuncios de helados, chicas poniéndose crema en la playa y demás imágenes típicas, abrían una especie de ventana en aquel techo a través de la que podía ver la imagen del mar que obsesionaba a Flor.
La cálida brisa del suspiro de Flor en mi cuello hizo que dejara de prestarle atención al techo. Al mirarla me di cuenta de que se había vuelto hacia mí y llevaba observándome un buen rato. Nuestras caras se encontraban apenas a un palmo de distancia. Podía verme reflejado en sus inmensos ojos. Se me aceleró el pulso.
-¿Sabes? –Susurró aguantando la risa- En la granja-escuela estaba loquita por tus huesos.
-¡Pero si solamente eras una niña! ¡Si hasta yo era un mocoso! ¿Cómo es posible? -Dije sorprendido.
-Pues no lo sé -dijo encogiéndose de hombros- Solo sé que quería pasar contigo todo el tiempo que pudiera y que no quería compartirte con nadie.
-Yo lo pasaba genial contigo. Aunque la diferencia de edad era enorme, me sentía muy bien a tu lado. Igual que ahora. Es como si nada hubiera cambiado. – dije con cierto aire de nostalgia.
-Claro que ha cambiado -dijo sonriendo pícaramente- Ahora sí puedo hacer esto.
De nuevo Flor se acercó para besarme en los labios. Por suerte esta vez estaba atento y también fui al encuentro de los suyos. Me dio la impresión de que había pasado una eternidad desde que nos besamos por primera vez, y me moría por hacerlo de nuevo. Al hacerlo pude confirmar que mi primera impresión era correcta. Me encantaba Flor, y la podía sentir atravesando mi autoimpuesta coraza. Yo le abría encantado las puertas a un nivel de intimidad al que jamás nadie había accedido.
Los besos se fueron haciendo más apasionados y nuestros cuerpos estaban cada vez más cerca, así que no tardaron en venir a visitarme mis dudas.
Podía bregar con mi complejo de inferioridad, pero había visto que Flor estaba preocupada por ser una mujer grande ¿Cómo la haría sentir si toco su cuerpo con estas manitas flacas y debiluchas que Dios me ha dado? Si echa un vistazo puede que el contraste la haga sentir más grande aún… o que termine perdiendo su interés en mí.
Mientras besaba a Flor podía notar cómo mis manos se movían inseguras. Ella debió notarlo y condujo con delicadeza mi mano hasta apretarla gentilmente contra su pecho. Separó sus labios de los míos y, aún con su frente apoyada en la mía, me miró con ternura y sonrió.
Después aquella misma mano retiró el flequillo de mi cara sin apartar su mirada de mis ojos, y recorrió rozando mi mandíbula hasta la barbilla. Desde allí fue bajando por mi cuello hasta el botón superior de mi camisa, donde se paró. Subió las cejas y asintió con su cabeza pidiéndome permiso. No tengo ni idea de qué gesto hice yo porque seguía petrificado y con mi mano pegada a su pecho, pero creo que dejé claro que podía hacer conmigo lo que quisiera. Así que comenzó a desabrochar lentamente los botones de mi camisa negra, descubriendo mi torso pálido y consumido.
En cualquier otra ocasión esa hubiera sido la mayor de mis pesadillas. Exponer mi pecho hundido y mis costillas marcadas ante una mujer tan preciosa me hubiera hecho salir corriendo. Pero Flor me transmitía calma y me hacía sentir seguro y acogido. Me sentía liberado de los complejos que llevaba arrastrando desde hace años, y podía disfrutar de la perfección de aquel momento. Ni siquiera me sentí violento cuando deslizó su mano rodeando mi cintura y me arrimó hacia ella para volverme a besar profundamente sin alterar su respiración en absoluto.
Quería corresponderla y que supiera que yo también la deseaba. Así que pasé mi mano alrededor de su cuello hasta su nuca y me acerqué aún más a su cuerpo.
Podía oler su perfume rodeándome y sentía su cuerpo contoneándose mientras jugueteaba con su lengua en mi boca. Noté sus enormes y robustos pechos y su vientre serpenteando en oleadas contra mi cuerpo cada vez más amplias e intensas. Bajo su piel morena podía percibir sus poderosos músculos capaces de sujetarme con firmeza, pero también para tocarme con la más delicada de las caricias.
Entonces apoyó una de sus manos sobre mi pecho y la otra sobre la cama, y con un movimiento se sentó a horcajadas sobre mi cintura. Aquella visión me dejó sin aliento. En parte porque al hacer fuerza sobre mi pecho creo que exhalé todo el aire que tenía dentro como si fuera un fuelle barato. Pero sobre todo porque sentí que me postraba ante una auténtica diosa.
Sus piernas flanqueaban mi cuerpo como dos muros, y se mostraba ante mí como una enorme escultura, irradiando majestuosa una tremenda sensualidad. Aquella visión era tan imponente como bella.
Se llevó ambas manos a su cuello y desató el nudo que unía las tirantas bajo su pelo. El vestido se deslizó sobre su pecho, cayendo sobre su regazo como un telón. Su cuerpo era aún más espectacular de lo que podía imaginar.
Me debí quedar boquiabierto ante semejante espectáculo y Flor vino a rematarme, porque cruzó sus brazos tocándose los codos bajo su pecho e inclinó pícaramente uno de sus hombros para sonreír en un calculadísimo gesto entre vergüenza y coquetería. Me sentí completamente desarmado.
Después apoyó sus manos a los lados de mi cabeza y, con su mirada fija en mis ojos, fue inclinándose lentamente sobre mí mientras movía sus caderas muy sutilmente en un profundo vaivén. Se aproximaba poco a poco a mis labios de nuevo. Podía sentir cómo el calor que irradiaba su cuerpo se iba haciendo cada vez más intenso, y el tacto de su piel desnuda se aproximaba desde mi cintura a mi pecho. Su vientre sobre el mío. Su pecho sobre el mío. Quería sentirme inundado de ella, arrollado por su cariño, acurrucarme en ella y olvidarme del mundo. Pero el mundo tenía otros planes para mí.
-¡¡¡FLORASAURIO!!!! ¡Je je je je! -Irrumpió una voz desde la calle.
-¡Calla, ca- cabrrrón! ¡Que te va a oiiiiiir! -le contestó otra claramente ebria
-¡¡¡VACA FLORAAAA!!! -Bramó otra distinta
-¡¡Shhhhh!!
-¡SHHHHHH!
-¡Shhhhhhhhhhhh!
Flor se quedó paralizada a escasos centímetros de mi boca. Pude ver en sus ojos la sorpresa y el miedo para luego torcer su gesto de manera amarga. La seguridad y la fuerza de aquella chica se esfumaron de un soplido como la llama de una vela. Se incorporó cabizbaja y se volvió a abrochar las tirantas en su nuca de manera apesadumbrada. La vergüenza volvió y aquella diosa imponente volvió a ser una niña enorme asustada por sus propios complejos. Os juro que se me partió el alma al verla así.
-¡F-FLOOOOoooooOOR! – Volvió la voz
-¡ja ja ja ja! Sí, tú intenta arreglarlo ahora…
-¡ji ji ji ji!
Estaba claro que era un grupo de mozos que venían de la verbena y que, al ver la luz del flexo a través de aquella vieja persiana de madera, adivinaron que Flor se encontraba allí. Por lo que pude intuir había al menos cuatro personas. Flor se situó tras la persiana y contestó.
-¡Callaos, gamberros! ¡Que vais a despertar a mi tía! -Dijo en voz baja
-¡je je je je je! -No esperaba otra respuesta.
-¿Y se puede saber qué quieres tú?
-¿YoO? Yo quiero sa-sabé qué es lo que tú estás hasssiendo aquí, que no estás en la placita con nosssotros ¿Eh? -Contestó airado el más beodo del grupo.
-¿Qué voy a hacer? ¡He venido a cambiarme el vestido que me has manchado de chorizo, so puerco! -respondió Flor, descubriendo que aquel mozo no era otro que Andrés.
-¡Pffff…ji ji ji ji ji! -Rieron por lo bajini el resto del grupo.
-¡Po-pos baja pronto, que te vas a perder tó lo bueno!
-¡Ya me dirás qué es eso tan bueno y que corre tanta prisa como para que me vengáis a buscar! -dijo desafiante Flor.
-¡Estamos buscando a mi primo León, Flor! -De repente Flor giró su cabeza hacia mí para mirarme con los ojos abiertos de par en par- ¿Tú has visto pasar a alguien por aquí? -Estaba claro. Se trataba de Marcos, y su voz sonaba preocupantemente sobria y furiosa. Se me heló la sangre.
-¡Qué va! He estado en el baño limpiando la mancha y acabo de subir al doblao a por algo limpio. No me he asomado a la calle aún. -¡Bravo Flor! Sacándose una excusa de la chistera.
-¡Bien, bien…! -Contestó mi primo pensativo- Estate atenta por si escuchas o ves algo raro. Por mis muertos que ese cabrón no sale vivo del pueblo -Tragué saliva- ¡Vámonos! -Gritó al resto del grupo mientras se alejaba.
Los pasos torpes se fueron perdiendo calle abajo, pero el sonido de las botas de mi primo se podía escuchar aún, con una marcha firme y poderosa sobre la carretera empedrada que bajaba de la ermita hacia la plaza.
Yo me quedé tumbado apoyado en mis codos con la camisa abierta, la cara pálida y la mirada perdida. No veía a mi primo capaz de matarme, pero sí de darme una paliza y dejarme para el arrastre. Que ya no estuviera borracho era por un lado una ventaja y por otro un tremendo inconveniente. Estaba claro que así no iba a perder el control si me trincaba, pero con la mente más fría era muchísimo más complicado que me pudiera zafar de él.
Entonces me fijé en que Flor se había puesto en marcha apresuradamente. Sus movimientos eran precisos y rápidos. Sin apenas darme cuenta se quitó el vestido y lo lanzó hacia el colchón saliendo de la habitación en bragas para, al momento, volver a la pata coja mientras se ponía un pantalón negro.
-¿Estás bien? ¿Ocurre algo? -Le pregunté asustado.
-¡Claro que pasa! -Me dijo mientras se enfundaba una blusa blanca de lino- Pasa que has hecho un esfuerzo tremendo y corrido muchísimos riesgos para estar conmigo y lo último que quiero es que te pase algo malo.
Su voz se quebraba angustiada mientras se abrochaba nerviosa los botones.
Me levanté del colchón y me acerqué a ella, que seguía intentando abrocharse aquellos diminutos botones. Apoyé mi mano en su cintura y sentí rápidamente su inmenso abrazo. Estaba temblando. La rabia, el miedo, la impotencia, la vergüenza… Todo aquel peso reposando sobre su espalda y precipitándose sobre ella de repente. La rodeé con mis brazos y la acaricié para calmarla. Suspiró profundamente para luego dejar de temblar y entregarse de lleno en aquel abrazo.
Al separarnos puso sus manos sobre mis hombros y me miró fijamente a los ojos.
-Tranquilo, León. No dejaré que te pase nada. -dijo sonriente con determinación- Estos imbéciles no saben con quién están tratando.
-¿Pero qué vas a hacer? -Dije asustado. Ya la veía partiéndose la cara a puñetazo limpio con aquella manada de bestias.
-Tengo un plan. Escúchame. -Dijo mientras se perdía de nuevo en la habitación contigua.- Como habrás visto todas las personas que te buscan están ya en un estado lamentable -Apareció de nuevo poniéndose unos pendientes dorados- Llevan bebiendo demasiado tiempo y es un milagro que puedan ver más allá de sus narices -Se miró en el reflejo de la ventana y de nuevo pasó a la habitación contigua- Pero todos saben que intentarás salir del pueblo, y la única manera que tienes de hacerlo es coger el autobús de las ocho de la mañana -La escuché decir mientras trasteaba- Aunque haya gente buscándote por el pueblo, -De repente se asomó apuntándome con un zapato de tacón bajo- a esa hora estarán esperándote en la parada.
-Pero… mi primo está fresco como una lechuga. En la persecución habrá quemado todo el alcohol. Con el asco que me tiene seguro que no para hasta atraparme -Marcos no solo me tenía tirria, sino que también era un cazador experto y conocía el pueblo como la palma de su mano-¿Cómo te vas a librar de él?.
-Tú déjamelo a mí -Sentenció Flor plantándose en medio de la habitación con aire heroico y echándose un pañuelo de flores alrededor de su cuello y por encima de su hombro como si fuera la capa de una superheroína.
Yo no lo veía nada claro. Era un milagro que hubiera llegado hasta la casa de la tía de Flor, y un golpe de suerte que ella me abriera la puerta. Me empecé a abrochar los botones de la camisa con el mismo temblor que antes pude observar en Flor. Se acercó y subió mi barbilla poco a poco para asegurarse de que prestaba atención a lo que decía.
-León, eres lo mejor que me ha pasado en muchísimo tiempo. Me has hecho sentir guapa y me has recordado por qué deseaba tanto ser libre. Aunque no lo creas hoy eres tú el que me has salvado la vida a mí.
Entonces me besó. Uno de esos besos agridulces en los que sientes que los labios te abrazan para esconder un nudo en la garganta. Podía pintármelo como quisiera, pero aquello era claramente un adiós.
-Ahora me voy para que nadie empiece a sospechar. Apaga la luz y espera a que se acerquen las ocho de la mañana para salir hacia la parada. Echa el cerrojo al salir. No quiero que mi tía se asuste. Intenta que nadie te vea y mándame un mensaje cuando estés montado en el autobús para saber que estás bien ¿Vale?
-…
-León… ¿En qué piensas? -Me preguntó al notar que bajaba de nuevo la mirada.
-En que, aunque logre escapar de aquí, es muy posible que no vuelva… y eso significa que ya no podré verte más.
-¡De eso nada! -exclamó optimista- Si te parece bien, en cuanto crea que sea el momento de salir de aquí, te aviso para que me hagas un hueco en tu casa y paso a hacerte una visita ¿Trato hecho? – Me tendió la mano guiñándome un ojo.
-Trato hecho. -Correspondí ese apretón de manos menos efusivo y asintiendo con una sonrisa.
Ella tiró de mi mano y nos abrazamos. Aún puedo sentir aquel abrazo de despedida. Rodeado de su cuerpo me sentí al fin en casa. Había encontrado a alguien maravilloso, y aquellos momentos con ella hicieron que toda esa aventura mereciera la pena.
-Encantado de conocerte, Flor -Dije apretando mis brazos intentando aprisionar parte de su esencia.
-Encantado de conocerte, León -Dijo ella sonriente para después plantarme un beso tierno en la cabeza.
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