Primeros pasos - 3: El sexo débil (Parte 3)

Primeros pasos – 3: El sexo débil (Parte 3)

Di un par de pasos atrás y Flor desapareció en la oscuridad de la habitación de al lado reprimiendo echar la vista atrás. Pude sentir cómo bajaba las escaleras y salía por la puerta frontal. Se detuvo un momento. Apagué la luz del flexo y pude escuchar sus zapatos de tacón avanzando calle abajo.

Me senté en el colchón intentando asimilar todo lo que había pasado, pero intentando no pensar demasiado en lo que podía pasar. La luz de la luna y la farola seguían entrando por la ventana a través de la persiana. Aunque seguía sin ver bien todo lo que había allí, ahora podía intuirlo y moverme con más facilidad.

Ojalá hubiera entrado luz suficiente como para leer aquellos libros y no pensar, pero fue imposible. No hacía más que darle vueltas a que aquel encuentro con Flor había sido tan maravilloso como accidentado, y que sería la historia perfecta para contar a nuestros hijos y nietos. Vale, puede que me estuviera emocionando un poco, pero tenía demasiado tiempo por delante y prefería centrarme en eso y no en que podría acabar la jornada sangrando como un cerdo en una cuneta.

A las dos de la mañana decidí tumbarme un poco para recobrar fuerzas. Intenté dormir, pero la tensión lo hizo imposible. Pensaba que si cerraba los ojos un rato, al abrirlos tendría a mi primo cogiéndome por el cuello navaja en mano. Aun así me forcé a permanecer tumbado para intentar descansar. Aún podía escuchar el murmullo de la gente en la plaza y los bajos machacones de las canciones que interpretaba la orquesta.

Sobre las cinco me bebí lo que quedaba del agua de la botella y en uno de los bolsillos pude encontrar unos caramelos derretidos que se convirtieron en mi cena. Necesitaría toda la energía posible.

Después pensé en que lo mejor era ir mentalizándome y preparándome. El sol saldría alrededor de las siete y media, así que si quería aprovechar algo de oscuridad debía ponerme en marcha.

Doblé mi camisa y la guardé en la mochila para ponerme la camiseta. Así no me reconocerían si buscaban a alguien con camisa y tendría más libertad de movimientos. Me deshice de cualquier cosa que supusiera un peso extra y las escondí bajo el colchón por si en algún momento subía la Tía Clara. Revisé mi billete de autobús lo puse a mano dentro de mi cartera. Las llaves de mi casa y el teléfono en los delanteros. El resto sobraba.

Eran las 6 y media cuando comencé a hacer estiramientos y a calentar. No lo había hecho en mi vida, pero puede que fuera el mejor momento para empezar. Torcerme un tobillo o que me diera un tirón podría suponer mi fin. Me sentía ridículo, pero me podía el pánico.

Se acercaban las siete. No pude aguantar más, recé lo poco que recordaba y comencé mi camino de vuelta a casa.

Me descalcé y bajé las escaleras hacia la puerta de entrada intentando no hacer apenas ruido. Atravesé el largo pasillo mientras escuchaba los ronquidos de la Tía Clara. Eso me tranquilizaba porque estaba seguro de que no me la iba a encontrar de frente tras una esquina. Al llegar al descansillo de la puerta principal me volví a poner las zapatillas de deporte. Abrí el enorme portón y salí sigiloso a la calle conteniendo la respiración como quien se sumerge en una piscina helada.

Tal y como le prometí a Flor, tiré de la puerta con fuerza hasta que el pestillo sonó al otro lado como un enorme chasquido. A mí me pareció ensordecedor, pero seguro que los ronquidos de la Tía Clara siguieron inmutables. Ya estaba fuera y no había vuelta atrás.

En la calle reinaba el silencio. Me quedé quieto intentando agudizar mis sentidos para percibir alguna señal de peligro, pero solo se escuchaban pasos lejanos y algún que otro tosido que provenía del interior de las casas cercanas. Era verano y muchos de los vecinos dormían con las ventanas abiertas.

De repente unos golpes tremendos me sobresaltaron. La campana de la ermita anunciaba que eran las siete en punto y yo no sabía dónde meterme porque parecía como si un vigía subido al campanario, me hubiera visto y tocara las campanas en señal de alarma.

Cuando cesaron su tañido, miré en todas las direcciones para saber si alguien había reparado en mí. No caí en la cuenta de que las personas que viven cerca de la ermita ya están más que acostumbradas a semejante estruendo. En cambio a mí, me puso las pilas. En una hora salía el autobús de la parada con o sin mí.

Tenía planeada mi ruta al milímetro. En vez de bajar hasta la plaza y seguir el camino que había tomado cuando llegué, subiría más aún para después tomar una vereda por la que solían ir mis padres para ir de visita a la finca de uno de mis tíos. Esa vereda daba justo a las traseras de la Venta Juanillo y a la parada del autobús.

Lo mejor era que por esa vía seguro que no me encontraría, ya que el firme estaba hecho polvo del paso de los tractores y además estaba lo suficientemente inclinada como para que alguien con dos copas de más pudiera transitar por ella. Tenía tiempo de sobra para llegar a mi destino y si me sobrara tiempo podría esperar escondido entre los olivos bajos que se cultivaban cerca de la venta hasta que fuera el momento oportuno.

Subí intentando plantar el pie de manera que no hiciera demasiado ruido. Era más costoso y me hacía ir más lento, pero a esa hora el sonido de mi marcha hubiera llamado la atención y más de una persona se hubiera asomado a la ventana o a la puerta para descubrirme.

Era consciente de que tras aquellas persianas cerradas y ventanas con visillos, podría haber un esbirro de mi primo. Me sentía como un ninja silenciando los pasos saltando de tejado en tejado. Aparentemente nadie reparó en mí (ni en mis sospechosos andares) y llegué sano y salvo al cruce donde, automáticamente, se me cayeron los palos del sombrajo.

Aquel camino de cabras que pretendía tomar ya no existía como tal. En vez de una angosta, empinada y polvorienta vereda, había una amplia, asfaltada, cómoda y perfectamente iluminada carretera. Resulta que mi plan sí tenía una fisura y se llamaba progreso.

En aquel pueblo, aunque no lo pareciera, las cosas cambiaban. En las últimas elecciones el actual alcalde ganó dando su palabra de arreglar aquel, acceso. Resulta que por primera vez un político cumplió su promesa y ahora me las veía así.

Hasta un niño de tres años podría haber subido aquella cuesta sin tropezarse. Lo peor de todo es que habían quitado toda la vegetación aledaña, y eso permitía una visibilidad completa desde cualquier punto del pueblo tan solo mirando hacia aquella dirección.

Empecé a elaborar un nuevo plan en mi cabeza, pero me di cuenta de que ya no quedaba tiempo para dar un rodeo. Tenía que exponerme al peligro hasta llegar al olivar que había justo abajo.

Apreté los puños y comencé a bajar por aquella impoluta acera. Miré bien, pero por allí no había ni un alma. En esa zona no había viviendas y podía acelerar mi paso para estar al descubierto el menor tiempo posible.

Para suavizar aquella pendiente original dividieron el trazado en ocho tramos. En cada tramo había un banco y su correspondiente papelera, para que los viandantes se pararan a descansar y disfrutar de las vistas. Mi intención era esconderme bajo de un banco si lo viera necesario.

Con mis andares apresurados logré alcanzar con facilidad el segundo tramo. Al comenzar el tercero escuché el sonido de un motor. Se me encendieron todas las alarmas. Contaba con que la cacería se limitaría a una búsqueda a pie, pero no con que mi primo tenía un todoterreno y el poco sentido común como para conducir borracho.

Me tiré en plancha al suelo para meterme debajo del banco, pero resulta que los herrajes impedían que lo hiciera. Aquellos bancos los habían puesto allí a mala leche para que los mozos no los desatornillaran y se los llevaran para perpetrar cualquier travesura. Toda aquella seguridad ahora era mi perdición.

El sonido del motor cada vez estaba más cerca, y comenzaba a ver las luces asomar en lo alto del camino, justo por donde yo había pasado antes. Mi solución fue echar a correr. Si llegaba antes que ellos abajo, tendría la posibilidad de esconderme entre los olivos antes de que vieran a alguien bajando por la cuesta.

Fui corriendo de tramo en tramo. Tercero… cuarto… quinto… sexto… Y paré en seco. El petardeo del motor se serenó. Eso significaba que estaban ya en lo alto de la cuesta y podían verme claramente. Quise mirar de reojo, pero pensé que con la camiseta podría pasar desapercibido. Así que retomé mi marcha andando a paso normal mientras disimulaba. Me quité la mochila y la doblé como si se tratara de una chaqueta, y me la coloqué bajo el brazo.

Noté que comenzaban a descender de tramo en tramo. El rugido del motor cada vez estaba más cerca. Aunque me faltaba únicamente un tramo para llegar al olivar, a su velocidad me interceptarían en unos segundos. Podría echar de nuevo a correr, pero eso dejaría mis cartas boca arriba y sería presa fácil.

Continué mi marcha intentando ocultar mi cara y rezando para que pasaran de largo y me confundieran con otra persona. Pero enfilaban ya el tramo en el que me encontraba y la luz de los faros ya proyectaba mi sombra sobre el suelo. En un par de segundos me alcanzaron y detuvieron el coche.

-¡EH, CHAVAL! -Esa no era la voz de mi primo, sino de una mujer.

Me giré extrañado para descubrir que aquel motor no era el del todoterreno de mi primo, sino el del camión de la Orquesta Aura.

Tras recoger todo el equipo, salían del pueblo para dirigirse a su próximo destino. Al volante del camión estaba la mismísima Aura, con una chaqueta de cuero puesta sobre su vestido de lentejuelas y con un cigarro entre los dientes.

-No eres de por aquí ¿No? – Me preguntó señalando mi mochila con un gesto de su cabeza.
-N-No señora. Soy del pueblo de al lado. He venido con mis amigos a la verbena y me he separado del grupo. -El miedo agudiza el ingenio y me estaba quedando una excusa redonda- He quedado con ellos en que nos veríamos en la venta para volvernos todos juntos. -«¡Ole mis huevos!» pensé.
-¡Ah, vale! Era por si querías que te acercáramos a algún lado. Detrás hay sitio de sobra y nos viene bien charlar para no quedarnos dormidos. -Parece que la excusa no era tan perfecta. Aquel podría haber sido un plan de fuga perfecto- Pero no te preocupes, acabamos de cruzarnos con tus amigos arriba y ya vienen de camino -¡¡¡MIERRRRDA!! Sin duda eran amigos pero de mi primo. Tenía que darme prisa.
-¡Fan-Fantástico! Tengan ustedes buen viaje y gracias por todo. -Podría estar cagándome de miedo, pero mi madre parió un hijo educado.
-¡De nada, chaval! ¡…Y Rock and Roll! -Dijo acelerando aquella señora que había interpretado sobre el escenario todo un repertorio con las canciones del verano de los últimos veinte años.

No era momento de paladear la sutil ironía de aquella situación. Así que en cuanto pasaron de largo apreté el paso y me zambullí entre los matorrales que había justo debajo de la cuesta y que ya formaban parte de mi primera meta: el olivar.

Apenas había dado un par de pasos cuando escuché el bullicio en lo alto del camino por el que había bajado. Sonaban las risas desencajadas de un grupo de hombres. Como tenía algo de tiempo me quedé agazapado observando. Quería saber cuántos eran y en qué estado estaban para saber a qué me enfrentaba.

Cuando aparecieron respiré tranquilo. Efectivamente, era un grupo de hombres, pero no eran los amigotes borrachos de mi primo, sino un grupo de jornaleros que se dirigían al campo.

Ninguno de ellos bajaba de los treinta años y no parecían especialmente alegres por causa del alcohol. Por suerte Aura no tenía buena vista y había errado el tiro. Noté cómo me bajaban las pulsaciones, pero en aquel momento se apagaron todas las farolas. El sol ya estaba lo suficientemente alto como para no contar con la oscuridad para ocultarme.

Avancé cauteloso intentando ocultarme entre los olivos más bajos en dirección a la fachada trasera de la Venta Juanillo, que se elevaba por encima de la vegetación. La ruta que había escogido parecía segura porque en ningún momento me crucé con nadie, excepto con alguna que otra rata.

Cuando ya me quedaban pocos metros extremé la precaución. Me asomé desde los olivos más cercanos y pude ver las jaulas con las gallinas. Detrás de ellas estaban las perreras y la puerta del servicio. No se escuchaba nada excepto el cacareo calmado de las gallinas.

De pronto caí en que las perreras estarían allí porque seguramente el falso Juanillo tendría un par de perros que le vigilaran aquello. En el pueblo no había finca sin sus mastines, y más de una vez me contaron historias de que aparecían cadáveres de lobos masacrados por los mastines que guardaban el campo.

Se me hizo un nudo en el estómago. Salir corriendo sin llamar la atención sería imposible desde allí si un par de perros gigantes me daban caza. Esos seguro que no estaban borrachos. El caso es que no recordaba ningún perro cuando pasé por allí al llegar al pueblo. Así que decidí invertir algo del tiempo que me quedaba en asegurarme que no hubiera perros cerca.

Poco a poco me fui desplazando hasta otros olivos desde donde podía tener una mejor vista de las perreras. Había cadenas en el suelo y no se podía ver el interior. Fijé mi vista para adivinar si había algún perro durmiendo en el interior de las perreras o alguna señal de actividad. De repente casi se me sale el corazón por la boca cuando el gallo cantó encaramado al olivo que quedaba justo a mi espalda.

La oleada de adrenalina zumbó en mis orejas y comencé a sudar. Superado el susto pude comprobar que dentro de las perreras no había más que leña y herramientas, así que no había señal de que un perro hubiera habitado aquel espacio desde hacía años. Suspiré aliviado.

Miré el reloj. Eran ya las ocho menos cuarto y el autobús estaría al llegar. Mi plan era quedarme oculto entre los olivos hasta escuchar el motor del autobús y salir corriendo para montarme en él en cuanto abriera las puertas.

Con mucho cuidado me dirigí hacia la esquina. Tenía que echar un vistazo. Era extraño que no hubiera señal de mi primo o de su pandilla de borrachos. Como dijo Flor, seguro que me estarían esperando.

Al asomarme me dio un vuelco el corazón ¡MIERDA! El autobús estaba ya en la parada con el motor apagado y las luces encendidas. A través de sus ventanillas se podían adivinar las siluetas de los pasajeros, pero no la del conductor. Así que comencé a sospechar.

Tenía que ser una trampa ¿Pagarían algunos billetes y se infiltrarían entre los pasajeros para darme caza cuando ya pensara que estaba salvado? ¿Habrían capturado al conductor y aquello tan solo era un enorme cebo para atraparme? ¿Dónde estaba mi primo Marcos y su ejército de beodos? ¿Dónde estaba Flor?.

Despejé algunas de estas dudas cuando me di ciuenta de que había un grupo de unos 30 mozos dormitando sobre las mesas y las sillas de los veladores que se situaban en la entrada de la venta. No lograba adivinar si uno de ellos era mi primo, pero lo que era seguro es que estaban allí esperándome para caer sobre mí como una manada de hienas en cuanto pusiera un pie en aquel lugar.

Se me acababa el tiempo y la situación no se me podía poner más cuesta arriba. Con todo el sigilo que pude volví a la fachada posterior para intentar aclarar mis pensamientos. Tenía que reaccionar rápido.

Me dirigí al baño para echarme algo de agua en la cara e intentar despejar mi mente, pero aquella puerta metálica estaba cerrada y una enorme cuña de madera atrancaba la puerta. Puede que no fuera el método más seguro de evitar que te roben, pero por lo visto a Paco (alias Juanillo) le funcionaba. Intenté retirar la cuña, pero estaba bien apretada y solamente pude desplazarla unos centímetros. Notaba mi pulso acelerado en mis sienes. Podía pasar sin el agua. Tocaba reaccionar en seco. Volví a la esquina para seguir evaluando la situación.

Advertí que los mozos estaban muy quietos y la mayoría de ellos ni miraban al autobús. Si no todos, una buena parte de ellos estaban dormidos profundamente. Eso me tranquilizó. Había posibilidad de esquivarlos y ganarles en velocidad si no les daba tiempo a despertarse antes de echar a correr detrás de mí.

¿Cómo estaban tan tranquilos estando allí el autobús? Mi teoría de que retenían al conductor ganaba peso cuando me fijé que, al otro lado de la carretera había una figura de pie ¡Era el conductor y estaba…! ¿Meando?. Todo encajaba. El servicio estaba cerrado y el conductor se vio forzado a parar el autobús e irse al otro lado de la carretera a vaciar su vejiga.

Estaba en plena revelación como si fuera Colombo cerrando un caso cuando vi el inequívoco gesto que indicaba que el conductor había concluido su tarea y se subía la cremallera. Tenía que hacer algo y lo tenía que hacer ahora. Había que llegar al autobús antes de que el conductor cerrara sus puertas, y resulta que él ya estaba atravesando la carretera.

Con un rápido cálculo me decidí por no echar a correr e intentar no despertar a los mozos. Sin pensarlo demasiado di un par de pasos y me encontré rodeado de mastuerzos resollando. Un solo chasquido sería mi sentencia de muerte.

Un paso tras otro conseguí avanzar entre las mesas llenas de borrachos sobadísimos. Aunque estábamos al descubierto, se podía oler el aliento denso y etílico que exhalaban.

Tuve que esquivar alguna que otra pierna que me cortaba el paso. Progresaba sin querer ser consciente del peligro que estaba corriendo. Algo en mí estaba seguro de que de un momento a otro mi primo saltaría sobre mi desde alguna de las mesas, pero no lo vi en ninguna de ellas. Cada vez que alguno de los mozos se revolvía en sueños, yo contenía la respiración y tensaba todos mis músculos. No podía creer que me encontrara en aquella situación. Aquello era un auténtico campo de minas.

Aún estaba sorteando mesas y sillas cuando vi que el conductor volvía a subirse al autobús. Abrí los ojos de par en par y aceleré mi paso hasta dejar atrás los veladores. Me separaban menos de diez metros del autobús por una zona de grava muchísimo más ruidosa.

Fui pisando con mucho cuidado para no emitir ningún sonido, pero todo aquello iba a cambiar. El conductor me miró, levantó la cabeza en señal de saludo e inmediatamente arrancó el autobús.

Noté cómo la onda expansiva del bramido del motor me golpeaba para seguir su trayectoria hacia los veladores. Un escalofrío me recorrió mi espalda y salí corriendo tan rápido como pude hacia el autobús. A mi espalda empezaba a escuchar las sillas metálicas arrastrándose y el murmullo de las voces de los mozos intentando darse cuenta de lo que estaba pasando.

Llegué sin aliento a la puerta del autobús y el conductor me miró con una sonrisilla de desdén en la boca.
-¡Tranquilo, chaval! Que ya no lo pierdes. -dijo socarrón.
-¡eh… eh… EH! ¡TÚ! ¡¡¡EEEEHHH!!! – Los mozos más avispados me reconocieron.

El alboroto despertó a los que estaban más dormidos y empezaron a saltar de las sillas como si fueran resortes, para luego tropezar porque aún seguían demasiado borrachos y dormidos. Caían sonoramente al suelo llevándose por delante el mobiliario de aluminio con el consiguiente estruendo. Un pitido agudo comenzó a viajar de mi oído izquierdo al derecho ¡NO ME PODÍA DESMAYAR AHORA! ¡NO ERA EL MOMENTO!

-¿Tienes billete? -Me preguntó el conductor tomando entre sus manos la riñonera con el cambio.
-S-Sí, claro esta a-a… -Mis manos buscaron nerviosas hasta dar con él en el bolsillo trasero- ¡AQUÍ!
-Corrrrrrrrrrrrr… -El conductor alargó esa maldita erre comprobando todos los datos- …rrrrrrrrrrecto.
-¡EEEEEEH CABROOOOOOOÓN!… ¡MARCOS!… ¡¡MARCOOOOOOOOOOOS!! ¡¡QUE SE ESCAPA!! -Gritó desesperado un mozo desde el suelo.

Al escuchar el nombre de mi primo comencé a mirar en todas las direcciones. No logré verlo entre sus amigos que se revolvían torpemente intentando perseguirme, así que retomé en mi teoría de los infiltrados.

Eché un vistazo entre los pasajeros, pero ninguno levantó la cabeza. Al igual que los mozos la mayoría estaban dormidos. Casi todos eran personas mayores que descansaban con los ojos cerrados con el asiento reclinado. Al fondo algunas personas reposaban acostados entre los asientos. Ninguno de ellos se sobresaltó ante tanto jaleo.

-¡Vamos que nos vamos…! -canturreó monótonamente el conductor mientras el silbido del compresor me indicaba que la puerta se estaba cerrando.

Súbitamente un estruendo metálico tronó fuera del autobús como un tiro. Una nube de polvo se levantó tras la venta y de ella emergió corriendo la figura de un hombre totalmente desnudo.

-¡¡HIJOLAGRAMPUTAAAAAAAAAA!! -Gritaba mientras daba grandes zancadas arrollando sin importarle todos los obstáculos que encontraba por el camino.

No había duda de que era mi primo Marcos completamente fuera de sí de pura rabia. Sus amigos lo jaleaban y aplaudían entre risas. Parecía una bala de cañón. De un momento a otro iba a impactar contra el autobús, que ahora rugía acelerando. Yo comencé a avanzar rápida y torpemente por el pasillo huyendo de su mirada y buscando refugio.

Al llegar al autobús sonó un golpe seco y metálico contra la chapa. Algunos de los pasajeros se sobresaltaron y levantaron la mirada para saber qué estaba pasando. Yo me acurruqué en uno de los asientos traseros con la esperanza de que no me localizara.

-¡LEOOOOOON, COMO TE ENCUENTRE TE MATO! ¡TE JURO QUE TE MATO! -Gritaba mi primo golpeando con los puños al autobús mientras inspeccionaba ventanilla por ventanilla intentando dar conmigo.

El conductor comenzó a farfullar y el autobús hizo un extraño. Levanté nervioso la mirada por encima de los reposacabezas. Si el autobús se paraba o se calaba, sería mi perdición. Tragué saliva mientras depositaba toda mi fe en la pericia del chófer.

-¡¡AQUÍ ESTÁS, HIJOPUTA!! -Un puñetazo tremendo en la ventanilla casi me tira de espaldas.

Marcos me miraba con la cara completamente desencajada. Como estaba desnudo se podía ver cómo todos sus músculos estaban en tensión. Proyectaba todos aquellos insultos y puñetazos sobre mí como si le fuera la vida en ello. Yo intenté alejarme de la ventanilla porque estaba seguro de que en el siguiente puñetazo rompería el cristal y me sacaría de allí de un puñado. Por suerte el autobús parecía estabilizarse y de nuevo aceleraba comenzando la marcha.

Mi primo empezó a correr siguiendo nuestra trayectoria justo al lado de mí señalándome y gritándome cosas ininteligibles que parecían pronunciadas por el mismísimo diablo. Cuando parecía que no podía ya seguir nuestra marcha lanzó un último puñetazo a mi ventanilla dejando la marca ensangrentada de sus nudillos en ella.

Este último golpe me sobrecogió, pero no por la violencia del gesto. En la décima de segundo que duró el impacto reparé que Marcos no estaba completamente desnudo. Anudado a su muñeca prendía un trozo de tela alargado que reconocí de inmediato. Era del pañuelo que Flor llevaba al cuello cuando la vi por última vez saliendo de casa de su tía.

De repente todo el miedo que sentía por mí dio paso a una preocupación tremenda por Flor ¿Qué habría pasado aquella noche? ¿Me habría visto alguien cuando hablaron con Flor desde la calle? ¿Descubrirían que me estaba escondiendo? ¿Cómo acabó aquel pañuelo en la muñeca de mi primo? ¿Por qué coño estaba Marcos desnudo?…

-¡Putos catetos! ¿Verdad chaval? -Gruñó revolviéndose un tipo tumbado un par de asientos más adelante.
-Sí, claro… -Respondí automáticamente- …Verdad.

De repente caí en la cuenta. Le prometí a Flor que le mandaría un mensaje si lograba salvar mi pellejo. Cogí tembloroso mi teléfono y me dispuse a escribirle. Después de lo visto necesitaba saber si ella estaba bien. Ojalá pudiera leer el mensaje segura desde su casa y que me respondiera pronto. Hasta que no tuviera la seguridad de que se estaba a salvo solamente podría pensar en lo peor. Ni siquiera yo sabría todo lo que era capaz de hacer mi primo en semejante estado.

Escribí «Soy L. Sigo vivo. Ya en el bus camino a casa ¿Cómo estás tú? ¿Todo OK?»… Enviar.

Tan solo tuve que esperar unos segundos cuando sonó el tono de mi teléfono.

«AYUDAM» -decía el mensaje de Flor.

Me puse en pie rápidamente ¡No podía ser! El autobús tenía que dar la vuelta… ¡¡NO!! No. Mejor llamo a la policía, pero no tengo demasiada información ¿¿Pero a cuál llamo: la local o la nacional?? Mejor llamo a emergencias y que ellos me pasen ¡ESO! Eso sería lo mejor. El flujo atropellado de mis pensamientos pararon en seco. Me acababa de llegar otro de sus mensajes.

«PORQ SOY DEMASIADO CATETA» -…

-¿¿PERO QUÉ COÑO…?? -Grité en medio del pasillo del autobús ante el estupor de los pasajeros que intentaban de nuevo conciliar su sueño.
-¡pPFFF… JA JA JA JA JA JA! -De repente aquel tipo dos asientos más adelante se estaba partiendo el culo a mi costa con una risa profunda y ronca. No entendía nada.

Aunque no tardé en entenderlo cuando se incorporó apartando el enorme abrigo que lo arropaba, descubriendo que, lo que parecía ser un señor de avanzada edad adicto al tabaco negro y al anisete, era en realidad la mismísima Flor.

No pude evitar abrazarme de nuevo a ella y besarla en los labios ante todo un autobús que se cagaba en nuestra casta porque no había manera de dormirse.

Después de que nos chistaran un par de veces me senté a su lado y nos tomamos de las manos.

-¡Pero bueno! ¿Q-Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado? -Dije emocionado intentando bajar un poco la voz.
-Bueno… -De repente se puso muy seria- tengo que decirte una cosa -me puse también serio- ¿… Hay posibilidad de que esa visita que te prometí dentro de unos meses se adelante un-po-qui-to? Creo que ahora no me queda más remedio que pensar en salir del pueblo esté mi madre preparada o no -Dijo sonriendo entre eufórica y preocupada.
-¡Por supuesto, Flor! -Respiré tan aliviado como feliz.
-¡Genial, porque solo tenía dinero para un billete de ida! -Dijo riendo.

Durante el viaje me contó que al llegar a la plaza los mozos estaban revolucionados, así que les dio donde más les dolía: en el orgullo. Los retó a que no eran capaces de beber más que ella y entraron al trapo ¡Vaya que si entraron!

Poco a poco fue tumbando a todos y cada uno de los participantes. Lo que ellos no sabían es que la madre de Flor había hablado con los dueños de la horchatería y les había hecho prometer que no le servirían a su hija ni una sola gota de alcohol durante la verbena. Flor se enfadó muchísimo el día que se enteró, pero en esta situación usó aquello a su favor. En vez de ron con Coca-cola le servían té helado y Coca-cola.

-Intenté emborrachar a Marcos, pero únicamente apareció por la plaza para arrastrar a todo el que pudo a la Venta Juanillo y que no tuvieras escapatoria. Estaba fresco como una lechuga y no quería beber para poder trincarte. -Y se pasó el dedo de lado a lado del cuello dejando claro que posiblemente hubiera tenido que beber con pajita una temporada si me llega a atrapar.

Mientras me narraba todos los detalles saltando de momento en momento desordenadamente, me di cuenta de que si había podido llegar al autobús había sido porque Flor me estaba cubriendo las espaldas. Mis habilidades como ninja recorriendo las calles del pueblo palidecían frente al valor y la sangre fría que había demostrado Flor.

-¿Entonces qué hiciste para distraer a Marcos? Cuando llegué a la venta no había rastro de él. -Pregunté intrigado.
-Pues estaba allí -dijo sonriendo- Lo metí en el baño, le arreé una buena hostia y lo até a la cisterna con mi pañuelo. Luego atranqué la puerta con una cuña y me metí en el autobús. -No salía de mi asombro. Aquella mujer era una auténtica fuerza de la naturaleza.
-Pero… ¿Por qué estaba completamente desnudo? -Me mataba la intriga.
-León, eso mejor que no te lo cuente ¿Vale? -Contestó guiñándome un ojo condescendiente.

No quise insistir. Confiaba en ella y solo podía estar alegre porque estaba sana y salva junto a mí. Me tumbé con la cabeza en su regazo mientras ella miraba ilusionada cómo el paisaje iba cambiando tras la ventana conforme nos alejábamos de aquel maldito pueblo.

Los días posteriores fueron maravillosos y llenos de primeras experiencias. Flor pisó por primera vez la arena de la playa y pudo asomarse a la inmensidad del mar. Jamás olvidaré su expresión de felicidad, asombro y plenitud. Lejos de conformarse, aquello supuso para ella un empuje aún mayor y le dio alas para comenzar a planificar su viaje alrededor del mundo.

Nos reímos, nos abrazamos, nos besamos y follamos. Me sentí muy afortunado de que ella fuera la primera. Después follamos otra vez, pero en la playa. Como podréis imaginar, eso fue idea de Flor.

Salimos a recorrer el lugar donde había vivido tantos años y pude verlo a través de sus ojos. Eso me hizo descubrir sitios y gente fascinante que siempre habían estado delante de mí, pero que nunca había sido capaz de ver.

Uno de esos días, paseando por la playa (claro), nos encontramos con mis amigos y sus novias. Se quedaron sin palabras cuando vieron a Flor. Ella fue encantadora y era evidente que ellos se habían quedado impresionados más allá de su estatura.

Desde ese día no volvieron a tratarme de la misma manera, pero tampoco tuvieron muchas más oportunidades. A partir de la visita de Flor decidí crear y cuidar los lazos con personas que me valoraran y me tratasen con respeto. Así que terminé cambiando de amigos. Ahora solamente quiero a la gente que me quiere.

Pero aquellos días tocaron a su fin. Flor, el día que llegamos, tuvo que avisar a su madre de que se quedaba fuera del pueblo unos días con «una amiga». Su madre no se lo tragó, pero tuvo que aceptarlo porque la decisión ya estaba tomada. Mis padres tampoco tardarían en volver y tampoco podríamos estar tranquilos en casa. Exprimimos aquellos momentos hasta el último segundo. Casi no nos da tiempo a darle a nuestro último abrazo en la estación la solemnidad que merecía.

Mantuvimos un contacto cercano durante muchísimos años. Al otro lado de la pantalla pude ver cómo Flor se abría al mundo. Tanto es así que cada vez que hablábamos comenzaba la conversación con un «¿Dónde estás hoy?», y rara vez repetía su respuesta.

Quiso seguir los pasos de su tía y ser asistente de vuelo, pero le fue imposible. Así que se lio la manta a la cabeza y terminó pilotando aviones. Estudiaba bien dónde hacía las escalas y se sumergía en la cultura de cada uno de aquellos lugares. Perdí la cuenta de cuántos idiomas terminó hablando o cuántos países había visitado, y poco a poco fuimos distanciando nuestros mensajes. Estar pegada a un teléfono o un ordenador no estaba entre sus prioridades.

Yo no volví a pisar aquel pueblucho de mala muerte. Allí ya no había nada que me pudiera interesar. De hecho, la idea de cruzarme con Marcos me ponía los pelos de punta.

Decidí salir de mi caparazón e intentar valorar lo que el mundo me ofrecía, tal y como me enseñó Flor. Terminé yéndome a estudiar a la capital y me convertí en un arquitecto del montón. Ahora intento trabajar en proyectos que me obliguen a moverme para no atarme a ningún lugar.

Y hoy estoy aquí, en una cafetería de Lisboa. Sabiendo que, con toda seguridad, el corazón me dará un vuelco al verla aparecer por la esquina.

Todos los años por estas fechas nos reunimos para recordar el aniversario del día que hizo falta que casi me mataran para que decidiéramos vivir por fin nuestras vidas. Siempre en un lugar que no conozcamos. Porque, desde aquel día, nunca dejamos de buscar primeras veces.

Hoy, como cada año, nos reiremos, nos abrazaremos, nos besaremos y follaremos para celebrarnos.

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