Vivalanovia

VIVALANOVIA

Conocemos bien a Lía y todas sabíamos que su boda no iba a ser en absoluto convencional. Justo por eso nos sorprendió cuando nos pidió expresamente que en su despedida de soltera se cumplieran todos los tópicos. Así que hicimos realidad todos sus deseos.

Reservamos una pequeña discoteca en una pedanía, fletamos un minibús y lo llenamos de un bullicioso grupo de mujeres ávidas de alcohol, pachanga y bromas sexuales burdas y humillantes. Todas con sus bandas de misses sobre los uniformes de sábados locos que hacía tiempo que acumulaban polvo en sus armarios. Entre todas ellas estábamos yo y mi minifalda de punto.

Lía era pura energía enfundada en unos shorts vaqueros y una camisa anudada a la cintura. Llevaba una bochornosa diadema con un velo que daba urticaria sólo con verlo y una enorme polla de plástico coronando aquella estampa. Ella la lucía con orgullo, como si fuera la corona de una reina, mientras las copas de cócteles de diferentes colores se vaciaban en sus manos.

Llegó el momento de los regalos y los chistes baratos. Unas esposas de leopardo porque no va a poder ser libre nunca más, una polla que baila cuando le tocas las palmas para cuando necesite animarse solita y, el regalo estrella, un succionador de clítoris. Al sacarlo de la caja la empuñó como una espada y el grupo al completo rompió en una enorme ovación

De repente las luces y la música se apagaron, con el consiguiente “¡uuuuuh!” de las invitadas. Comienza a sonar “You can leave your hat on” y al encenderse las luces, sobre la barra, se empieza a contonear un stripper sobremusculado disfrazado ridículamente de policía. Un cliché más que tachamos de la lista de Lía, que se lanzó sobre aquel chico aullando como una loba hambrienta y tirando al suelo algunos vasos de tubo por el camino.

Ese fue mi límite. Dejé mi copa en una mesa alta y me fui a los servicios hasta que pasara el bochorno. Me lavé las manos y, al mirarme al espejo, me recordé a mi misma hace años. Entré en uno de los reservados, me senté en el váter y cerré la puerta con pestillo.

Al momento sonó un golpe y se abrió la bruscamente puerta de los servicios.

– ¡EH! ¿¡Estás ahí, guapa!?-tronó una voz.

La reconocí al instante. Era Lía, que intentaba poner voz de hombre.

– Te he visto ahí fuera y he pensado “¡Uh, esa pava está bien rica!”.

Me hizo gracia, así que decidí seguirle el juego.

– Ya me he dado cuenta… Yo también me he fijado en ti mientras bailabas con la borracha de mi amiga-dije.

– ¡De lujo! Porque te he seguido hasta aquí para… para darte lo tuyo y lo de tu amiga.

– Pues pasa y demuéstramelo. -quité el pestillo de la puerta aguantando la risa- Aunque no te lo creas, llevaba un rato esperándote.

Repentinamente se abre la puerta y veo a Lía con un gesto chulesco y la ridícula gorra de policía que llevaba el stripper. La camisa desabrochada dejaba entrever su pecho y de la bragueta de sus shots asomaba la polla de plástico de su diadema que, de alguna manera, había colocado allí.

Rompí a reír a carcajadas, pero de repente Lía se abalanzó sobre mí besándome profundamente mientras me agarraba con seguridad la cabeza. El sabor dulzón de los cócteles invadió mi boca junto a su lengua, que jugueteaba atropelladamente con la mía.

Subida a horcajadas sobre mí, paseaba sus manos por mi pelo. Mientras, sin separar nuestros labios, movía las caderas describiendo círculos como si me estuviera follando. Notaba mi corazón acelerado y abracé la cintura de mi amiga, que se resbalaba entre mis manos por culpa del sudor y la brillantina.

Con un movimiento paseó la punta de su lengua por mi cuello hasta mi oreja y me mordió el lóbulo con feroz ternura.

– Vamos a ver si esto tiene pilas-me susurró al oído.

Oí el zumbido de una vibración, vi el succionador en sus manos y me saltaron las alarmas.

Estábamos en los servicios de una discoteca de pueblo y no era difícil que cualquiera entrara y nos descubrieran haciendo… lo que estuviéramos haciendo.

– ¡Rosalía…!-grité como una madre enfadada mientras me ponía de pie rápidamente.

Lía resbaló por mis piernas y se agarró a mi falda de punto, que tenía subida como si fuera de cinturón. Yo tropecé al enredarme con las bragas que tenía en los tobillos y las dos caímos cómicamente al suelo. Mirando al pladur de aquel techo rompimos a reír tumbadas boca arriba la una junto a la otra.

Mi amiga está como una puta cabra y justo por momentos así la quiero tanto. Estoy deseando que llegue nuestra boda y podamos estar toda la vida haciendo juntas locuras como esta.


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